lunes, 26 de octubre de 2009

Tributos


Platicando el sábado con Min, me dijo que su esposo le preguntó que si no conocía a una maestra que había muerto... salió en el periódico am una nota referente a ella... supongo que fue la siguiente... in memoriam...

Tributos
REDACCIÓN/especial
NOTA PUBLICADA: 10/18/2009

Mujer llena de cualidades que descubrieron quienes la conocieron ganándose el cariño de muchas personas en León.

Familiares y amigos de Carolina Esparza Rodríguez la despidieron el 10 de octubre a los 46 años después de luchar contra el cáncer de ovario que se le diagnosticó en marzo del 2008.

Sin saber cuánto viviría en este mundo, hizo cuanto quiso y disfrutó intensamente.

Nació el 19 de mayo de 1963 en Aguascalientes, Aguascalientes, lugar donde vivió hasta que terminó la primaria, pues después sus papás Federico “El Profe’ Esparza y su mamá Virginia Rodríguez cambiaron su residencia a León.

Fue la tercera de sus seis hermanos: Federico, Hilda Virginia, Paty (f), Ricardo, Alejandro y Mauricio Esparza Rodríguez.

Después de culminar la preparatoria en el Instituto A. Mayllen, ingresó al Tec de Monterrey para estudiar la Licenciatura en Comunicación, la cual debido a su inteligencia y empeño terminó un semestre antes y se ganó una beca para estudiar Innovación en la Educación en el campus Monterrey.

A su regreso obtuvo el puesto de directora de Comunicación para la Secretaría de Educación en Guanajuato y después de un viaje a Inglaterra estudió otra maestría en Desarrollo Organizacional en la Universidad de Guanajuato.

Comenzó a impartir clases, pues ésta era una de sus grandes pasiones y compartió conocimientos con alumnos de las universidades De La Salle, Ibero, EPCA, y la que la arropó desde su llegada a León: la UdeL. Fueron 10 años de compartir y convivir con muchísimos alumnos que estuvieron al pendiente de su enfermedad.

En esta última escuela también impartió clases en la carrera de Psicología Organizacional y en julio de 2009 se le rindió un homenaje en vida por los 10 años de carrera dentro de la institución.

Desde que supo que tenía una enfermedad grave, no reclamó, ni lloró, y jamás se dio por vencida, por el contrario, mantuvo la calma y se puso en manos de los doctores.

Carolina fue un ejemplo de lucha y amor a la vida, una hija, hermana, amiga, maestra que dejó su esencia impregnada en cada una de las personas que pasaron por su vida.

Querida Carito:

Escribo esto medio cansado y con un tanto de temor de no ser oportuno, te cuento que apenas estamos en el trance, ese que alguna vez platicamos de tu despedida, esperaba escribirte más tarde, cuando el tiempo y Dios dieran más sosiego a este corazón mío que no atina a comprender del todo tu ausencia.

Escribo algo de tu vida, sobre lo que eres para quienes te amamos, de no ser porque me acostumbraste a menesteres similares, (como tu foto de agradecimiento para el día de tu partida, o como el video que reseñaba tu historia y que compartimos juntos hace apenas unos meses con tantos amigos tuyos).

Le diría a la Pacheco que yo paso, que mejor lo haga mi papá que ya ves que para eso de escribir es muy sensible y profundo, pero bueno, déjame intentar cumplir.

Evito hacer una apología de tus cualidades. Sé que esto, tanto a ti como a mí, nos parece un tanto vacío, algo así como que “elogio en boca propia es vituperio”. Tampoco una reseña de tu trayectoria o de tu historia de vida, porque eso me llevaría casi forzosamente a una investigación documental, bibliográfica, hemerográfica y de cuantificación de cariños de esos que no se miden y que, seguramente cuando vieras el resultado de mi trabajo, me lo regresarías lleno de correcciones por omisiones, erratas y desatinos hermenéuticos.

Esta dolencia mayor porque ya no estás aquí, nos tiene a todos con agruras en el corazón y con chilaquiles en el alma. Nada distinto a lo que alguna vez platicamos cuando sabíamos de lo inminente de tu partida.

La pandilla del Mayllen, entre tanta lloradera, se puso a recordar anécdotas de esa maravillosa etapa que según ellas mismas les dejó un sabor a libertad, a gozo y a inocencia que todavía hoy disfrutan a cada golpe de recuerdos.

Claro que debió ser maravilloso si ya andabas allí con tu recién estrenada imagen de niña aplicada, puntual y ordenada, que a la menor provocación dejaba salir a la rebelde y casi irreverente mujer que ya eras.

Recuerdo el desmesurado cariño que provocabas en los maestros de la Melquíades Moreno en Aguascalientes, nuestra patria chica y también tus desmedidos miedos al cambio que significó venirnos a vivir a León.

Conocí entonces el tamaño de tu valentía, ese arrojo para hacer bien las cosas aunque por dentro temblaras, pero que la compañía de la ‘Gorda’ lo hizo todo más fácil, por cierto Hildita la gorda se ha portado como una verdadera amazona, hasta pienso que también le diste la instrucción de que llorara sólo “lo necesario”; (aunque aquí entre nos, de repente como que se quiebra y quiere soltar el arpa, es cuando nos hacemos fuertes entre todos, Ricardo con su consuelo, Alejandro con sus sermones y Mauricio con sus silencios amables).

Me cuenta mi mamá que se siente extraña al platicar con tus amigas, dice que siente que le platican con tanto cariño, que pareciera que hablan contigo, debe ser por el parecido en las formas de hacer bromas, de platicar sorprendiendo con una ocurrencia certera, con un sarcasmo o una ironía que te desarman las formas y ya estás con la carcajada incontenible, rematando con un “ay Carolina, qué bárbara..”

Así le pasa a Ofelia, quien parece ser la vocera oficial de tu etapa en el Tec de Monterrey, la que viviste con tanta aprehensión que sólo pudo ser aminorada por el encuentro con tus nuevas amigas.

Aprendías lo mismo de las teorías de la comunicación como de las prácticas de los primeros reventones, esos que luego se fueron haciendo rituales de vida, de amistad, de de-senfado que tanto requería tu imagen de joven ejecutiva que ya se especializaba en educación, lejos del nido y queriendo volar.

Y luego a vivir la nueva etapa del Tec, pero ahora del otro lado, desde la dirección de la carrera que tanto habías querido.

Todavía recuerdo el temor de mis papás porque Carito se iba a Europa, ¿y las clases? ¿y el estudio? Ya te habías propuesto a viajar y así comenzó ese afán que tanto admiro de vivir congruentemente.

Parecía que los viajecitos te darían sosiego, eso creía hasta que me enteré que habías decidido viajar hasta Canadá ¡en tu coche!!. Te fuiste entonces por tanto tiempo que no podíamos imaginar qué tanto hacías. Ya de regreso, otra vez la disciplina, el estudio, la talacha.

Sólo Angélica pudo ser la mejor cómplice para tales aventuras: el viaje y la nueva maestría en Guanajuato. Ya para entonces el gusanito de la docencia anidaba dentro. Cada vez te veías más convencida por la nobleza del magisterio.

Después de la etapa en la Secretaría de Educación te picó también el gusanito del desarrollo humano y como solías ser, lo viviste a profundidad.

Nuestras pláticas se hicieron en torno a educadores, sociólogos, investigadores, a proyectos de desarrollo en las organizaciones.

Para entonces ya vivías esas pasiones que luego parecía que escondías, por pudor o por imagen, que sé yo: la literatura y la música.

Poco a poco supimos que leías igual a Coelho que a Savater, a Gaby Vargas que a Simone de Bouvier. Y que tu música oscilaba entre Bizet y Paquita la del Barrio.

Fuiste un ‘libro abierto’, con el que aprendimos que el amor a la vida no se desgasta por la ominosa noticia de una enfermedad incurable, en el que escribiste con sonrisas aún tus penas y hoy eres el poema que soporta la pena de tu ausencia.

Dios te bendice siempre.

Tu hermano Federico.

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