domingo, 26 de septiembre de 2010

Cuando veas la cabeza de tu alcalde estallar...


Cuando veas la cabeza de tu alcalde estallar...

Ojo por ojo

Álvaro Cueva

  • 2010-09-26•Acentos
Momento, momento. Están matando alcaldes en este país. ¿A usted no le escandaliza? A mí, sí. Mucho.

Y no porque los alcaldes sean dioses intocables con los que nunca nadie se deba de meter. Me escandaliza por sus implicaciones políticas y sociales.

Un alcalde es una autoridad, una entidad que nos representa. Cuando alguien secuestra, atenta o asesina a un alcalde no nada más está haciéndole daño a un hombre o a una mujer, nos está haciendo daño a todos.

Lo que acaba de pasar en Gran Morelos, Chihuahua, con Ricardo Solís, más lo de Doctor González, Nuevo León, más lo de tantos y tantos alcaldes que han sufrido daños desde que empezó el año, es como para que se enciendan todos los focos rojos de nuestra nación.

Esto no pasa en ninguna otra parte del mundo y si pasara, provocaría revoluciones.

Hoy, los asesinos se están metiendo con nuestros alcaldes. ¿Mañana con quién? ¿Con nuestros gobernadores? ¿Con nuestros secretarios? ¿Con el Presidente?

Si nuestras máximas autoridades no hacen algo de inmediato, esto es lo que va a pasar y poco a poco nos quedaremos sin cabezas, y poco a poco terminaremos en un caos peor del que ya estamos viviendo.

Y es que con asesinatos como el de Prisciliano Rodríguez o el de Edelmiro Cavazos van quedando en evidencia demasiadas irregularidades.

Primero, que en muchos municipios de este país no hay policías ni para cuidar a los gobernantes. ¡Cuidado!

Segundo, que cuando hay policías, no faltan los que están coludidos con los delincuentes, los traidores, los que son capaces hasta de atentar contra sus propios jefes.

¿Y quién va a querer ser alcalde? ¿Y quién va a querer ser policía? ¿Y, peor tantito, quién va a poder resolver esto porque, por supuesto, también hay intereses partidistas atrás de cada una de estas historias?

Desde que terminaron las famosas fiestas del Bicentenario aquí han pasado muchas cosas, pero ninguna tan escandalosa como la de los crímenes contra nuestros alcaldes.

¡Y mire que ha habido show en San Lázaro! Pero show es show y matar un alcalde es matar un pedazo de nuestra democracia, es decirle a la gente: no importa por quién votes, aquí sólo va a gobernar el que los delincuentes quieran que mande.

Por tanto, ¿de qué sirve votar? ¿Para qué sirven los partidos políticos? ¿Qué caso tiene perder el tiempo con temas como Peña nieto y las alianzas electorales?

Luego está la parte del: nadie sabe, nadie supo. Es muy fácil pensar que gente como Ramón Mendívil Sotelo y Manuel Estrada Soto fueron atacados por asesinos del crimen organizado, ¿pero qué tal si no?

Si fueron los del crimen organizado (así, en abstracto, como si se tratara de una sola instancia), qué terrible. Los mensajes son: tómenlo como aviso, aquí mandamos nosotros, no se metan y prepárense para lo que sigue.

Pero si fueron enemigos de otra índole, asaltantes comunes y corrientes, vengadores anónimos o imitadores como los que siempre aparecen en estos casos, entonces esto adquiere dimensiones todavía más enfermas.

Significa que cualquier hijo de vecino puede plantarse frente a un alcalde mexicano y dispararle en la cara como en película de vaqueros, que el crimen organizado ha hecho escuela en otros ámbitos de la sociedad y que la ley del balazo es la única que vale en muchos puntos de nuestra nación.

¿Se da cuenta de la vulnerabilidad que esto representa? ¿De cómo quedamos usted y yo ante estos atentados?

Y es que, si así de fácil es matar a un alcalde, imagínese qué tan sencillo no será matar a un comerciante, a una periodista, a un maestro de primaria o a una enfermera.

Es una invitación al peligro, a sacar la pistola, a que nos hagamos justicia por cuenta propia. Es el fin de las instituciones.

Todos los crímenes se tienen que resolver, pero los que se han cometido contra alcaldes se tienen que resolver de inmediato sin importar etiquetas partidistas, rencores, distancias, estados ni nada de nada.

A los mensajes que nos han mandado los responsables de estos actos hay que mandarles otros más fuertes y poderosos, mensajes que tengan que ver con la seguridad de nuestras autoridades, mensajes que tengan que ver con el fin de la impunidad.

No hay tiempo que perder. O lo resolvemos, o al rato estaremos lamentando muerte de autoridades todavía más importantes. ¿A poco no?

¡Atrévase a opinar!

alvarocueva@milenio.com

 http://impreso.milenio.com/node/8838187

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