jueves, 15 de julio de 2010

Libros Leídos XLII: La Vida Privada del Emperador





Después de El último Judío, me propuse seguir una línea narrativa que rondara la España medieval. Y que mejor elección que Loca de Amor, que hilvanaba buena parte del argumento de fondo en la historia de Yonah Toledano. ¿Y después que leeria? Entre mi hermosa colección escogí un libro pequeño, de escasas ciento ochenta y tantas páginas, titulado La Vida Privada del Emperador, de Almudena de Arteaga, que trata de la vida de Carlos V de Alemania y I de España, o Carlos el Afortunado, para los cuates, heredero de uno de los mayores Imperios en la historia de la humanidad.

Carlos no estaba destinado a gobernar las coronas unidas de Castilla y Aragón. Ese honor le pertenecía primero a su tío Juan, quien murió en 1497. Su madre era la tercera de la dinastía católica. Luego murió la primera en la sucesión, su tía Isabel. Y al morir el hijo varón de está, automáticamente Carlos era candidato a la sucesión. Esto, por parte de su madre, Juana la Loca.

Por parte de su padre, Felipe el Hermoso, era el primer nieto del emperador Maximiliano de Habsburgo.


Carlos, un niño mimado y más enteresado en las frivolidades de la corte flamenca que en la complicada y enmarañada política europea medieval, de pronto hereda España, y luego el Imperio Germánico Romano. Y los problemas se multiplican por todos los lados: disputas internas en España: la ambición del rey Francisco I de Francia, quien lo combate en la sucesión del Imperio, en las fronteras con Germania y en Italia; un loco monje alemán llamado Martín Lutero, que en su casa lo conocen y le hablan de usted, que de pronto pone en entredicho todo el orden teológico que regía desde hace siglos la muy cristiana Europa; además de las ambiciones del rey Enrique VIII de Inglaterra y del gran turco, que amenazaba a la cristiandad desde el otro flanco. Vaya época!

Carlos tuvo que madurar en poco tiempo para estar a la altura de tan grandes retos. No sólo para idear el ajedrez dinástico de los Austrias, sino para mantenerse en pie en esos tumultuosos tiempos.

La verdad, no fue de mi total agrado. La forma de narrar de Almudena, al menos en esta historia, me resulta superficial. Escribió esto como para dominguear. Sí, describe hechos históricos y personajes clave de aquellos tiempos en voz de la hermana mayor de Carlos, Leonor de Austria, quien se casara primero con Manuel de Portugal, luego con Francisco I de Francia. Pero, insisto, lo hizo más por vender algo que por difundir una idea, concepto, historia, aunque una va unida a la otra, en teoría. Texual, el editor de Almudena dice en una nota, que ésta, al buscar información para su libro de La Princesa de Éboli, encontró folios en francés que no eran otra cosa que la biografía de Carlos V, escrita por su hermana, Leonor de Austria. Sólo por eso, al "haiga sido, como haiga sido"...

El final es lo peor de todo. Carlos visita a Leonor después de la muerte de su esposa, la reina Isabel. Y se despide... weeeeeey!

No narra la muerte del Emperador. Al menos pudo hacerlo a forma de prólogo, ya muerta Leonor, de tristeza por el rechazo de su hija María. Un personaje de tamaña envergadura se lo merece...

Curiosamente, 3 de los hijos de Juana la Loca mueren en 1558:

  • Leonor de Austria, el 18 de febrero.
  • Carlos V, el 21 de septiembre.
  • María de Austria, el 18 de octubre, de melancolía por estas dos últimas muertes.

¿Y ahora que sigue? Iba a leer Yo, la Muerte, sobre Felipe II, para seguir la onda de España. Pero recordé que tenía un libro grueso (casi 700 páginas), que habla del enorme desmadre religioso durante el reinado de Carlos V. Y que mejor opción. El libro se llama Q, y vaya si envuelve desde la primera página...

Cuando se lucha por mantener la vida, el hombre se convierte en animal y olvida quien es el señor y quien el vasallo.

Now, las frases que más me agradaron del este pobre texto:

  • Cuando más viajo, querida hermana, más veo qué parecidos son los hombres en todas partes.
  • Nuestras vidas se unieron una vez, pero el río que las dirige fluye y condenados estábamos a cruzarnos, ésta no sería la primera ni la última vez que ocurriría.
  • Decidme, si no es indiscresión, por dónde andáis con el pensamiento y yo os seguiré gustosa.
  • Fue entonces cuando experimenté un inisual deseo de rebelarme contra esas consignas que hacen de nosotros, personajes de sangre real, parte de un ajedrez dinástico cuya mayor tragedia consiste en ser, a la vez, tanto piezas como jugadores.
  • Me bajé de la silla y llamé al orden bastante enojada, pues si bien acepto la estupidez humana, me enerva la cobardía.
  • Nuestras cotidianas costumbres en nada diferenciaban el hoy del mañana.
  • ¡Qué débiles se muestran los caballeros cuando están enfermos! Lo que la mujer sufre en silencio, el hombre lo grita al mundo. Un simple resfriado los asusta como si de la visita de la muerte se tratase. Más temor demuestran ante la falta de salud que ante un ejército bien formado dispuesto a machacaros.
  • Que la fuerza de un gran señor más se demostraba agasajando que maltratando.
  • La envidia es un defecto achacado a los pobladores de estos lares por todos los estados vecinos. Sin embargo, aquellos que más les acusan son los que más la padecen.

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