Yemen, un polvorín a punto de estallar
Lucía Luna
MÉXICO, 5 de noviembre (apro).- Si bien la mayoría de sus actores materiales no ha sido yemení, el nombre de Yemen ha estado asociado con una serie de atentados islamistas contra intereses de Estados Unidos en este decenio y, sobre todo, durante los dos últimos años.
El más reciente fue la intercepción en aeropuertos de Dubai y Gran Bretaña de paquetes explosivos en aviones de las compañías cargueras UPS y FedEx, que supuestamente deberían haber sido entregados en sinagogas de Chicago o podrían haber estallado en el aire.
La primera referencia mayor a Yemen en relación con el terrorismo islámico, y concretamente la red de Al Qaeda, fue en octubre de 2000, cuando una lancha rápida cargada de explosivos se estrelló en el puerto de Adén contra el buque USS Cole de la armada estadunidense, causando 17 muertos y 39 heridos entre su tripulación.
Washington acusó al gobierno de Sudán de que durante algún tiempo cobijó a Osama bin Laden y, además, que desde ese país también se habrían organizado los atentados contra las embajadas estadunidenses de Kenia y Tanzania en 1998, a los que el entonces presidente Bill Clinton respondió bombardeando supuestas –y falsas– instalaciones terroristas. También se exigió una indemnización de 17 millones de dólares para las víctimas del Cole, misma que fue apelada por el régimen de Jartum y sigue en trámite.
Pero en 2008 un tribunal militar estadunidense dio un giro al caso, al levantar cargos contra Abdel Rahim al Nashiri, un ciudadano saudí de origen yemení que se encuentra preso en la base de Guantánamo desde 2006, “por organizar y dirigir” el ataque contra el USS Cole. El proceso está siendo sujeto a revisión y, de ser encontrado culpable, al Nashiri podría enfrentar la pena de muerte. Todos los demás posibles implicados escaparon o fueron liberados de cárceles yemeníes.
Ahora, bajo presión, el gobierno de Yemen ha iniciado un “juicio en ausencia” contra el clérigo radical Anwar al Awlaqi, por presuntamente estar relacionado con los envíos de paquetes explosivos y con ataques contra extranjeros en territorio yemení, como el asesinato de un contratista francés ocurrido el mes pasado. Con doble nacionalidad por haber nacido en Estados Unidos, según fuentes de inteligencia ejerce una gran influencia religiosa y en 2009 fue ascendido por Al Qaeda al rango de “comandante regional”.
En un hecho inédito contra un ciudadano estadunidense, en abril de este año el gobierno de Barack Obama autorizó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) capturar o matar a al Awlaki, a quien las pesquisas relacionan ya con varios casos. Nidal Malik Hasan, el militar que abrió fuego en Fort Hood, Texas, en 2009, matando a 13 personas, tuvo contacto con el clérigo todo el año previo y éste lo felicitó posteriormente por su “hazaña”.
Omar Faruk Abdulmutalab, el nigeriano que en la Navidad pasada intentara hacer estallar un avión de Northwest que se dirigía de Amsterdam a Detroit con explosivos adheridos a su ropa interior, dijo sin rodeos que al Awlaqi fue quien planeó el ataque suicida, lo entrenó y le dio las justificaciones religiosas para hacerlo.
Y Faisal Shahzad, el detenido por el fallido atentado con coche bomba en Times Square, aunque no pareció haber tenido ningún contacto directo con el clérigo, dijo que se inspiró en él para realizar su obra.
En cualquier caso, Estados Unidos ha incrementado la presión sobre Yemen para que combata a los terroristas islámicos, asentados ahora en su territorio bajo el nombre de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), y también para poder llevar a cabo por su cuenta acciones punitivas y de inteligencia.
Así, por ejemplo, en días previos al fallido atentado de Navidad, aviones estadunidenses realizaron “ataques preventivos” precisamente en la zona de la influyente tribu Awlaqi, y en días posteriores fueron abatidos varios militantes de AQPA, incluido uno de sus líderes.
Apenas terminado el feriado navideño de 2009, el presidente yemení Alí Abdullah Saleh se reunió con el general David Petraeus, entonces coordinador del Pentágono para Oriente Medio, para discutir una ampliación de la cooperación militar y una duplicación de la ayuda económica (150 millones de dólares) provista por Washington. Semanas después, el presidente Barack Obama reconoció haber autorizado a la CIA y a la Agencia de Seguridad Nacional realizar operaciones de espionaje, entrenamiento y financiamiento para combatir el terrorismo en Yemen.
La “cooperación antiterrorista” entre Washington y Sanaa en modo alguno ha sido tersa. Catalogado como el más pobre de los países árabes y con un índice de desarrollo muy precario, durante los últimos 20 años Yemen ha sido descrito por diplomáticos y analistas como un polvorín a punto de estallar. “Para su sorpresa, empero, el país logró buen tiempo mantenerse estable, evitar la violencia a gran escala y manejar varias crisis a la vez”, reseña el Grupo Internacional de Crisis (GIC), un instituto plural de diagnóstico con sede en Bruselas que dice trabajar para prevenir los conflictos en el mundo.
Así, en 1990 superó la unificación de Yemen del Norte y del Sur, una división heredada de los imperios otomano y británico, y después cultivada por la política de bloques posterior a la II Guerra Mundial; aguantó los recortes económicos y la reabsorción de una cuarta parte de su fuerza de trabajo en 1991, cuando sus vecinos árabes lo castigaron porque su gobierno no apoyó la I Guerra del Golfo, derivada de la invasión iraquí de Kuwait, y controló en 1994 la primera sublevación secesionista encabezada por los grupos socialistas del sur.
Pero en 2000 todo empezó a cambiar. Primero con el ataque al Cole y luego con los atentados de septiembre de 2001, el gobierno yemení, que intentó resistirse a cualquier alianza con Estados Unidos, tuvo que sumarse de grado o por fuerza a su “guerra global contra el terrorismo”. En 2004 estalló un conflicto armado con los chiitas zaydíes de la norteña provincia de Saada, que perdura hasta la fecha y ha cobrado miles de muertos, 250 mil desplazados y una destrucción material incuantificable. Y a partir de 2007 han revivido los afanes secesionistas del sur, en medio de masivas protestas sociales acicateadas por la crisis económica.
Al día de hoy el presidente Saleh, que lleva 32 años en el poder, tiene tres frentes abiertos y no necesariamente conciliables entre sí. Según Abdullah Al-faqhi, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Sanaa, la principal preocupación de Saleh es retener el poder político y económico, para después legarlo a su hijo, el actual coronel Ahmed; además, Estados Unidos y la comunidad internacional están preocupados por la amenaza que representa Al Qaeda para la paz regional y mundial, y los yemeníes ilustrados, como él, temen posibles tensiones entre los objetivos de uno y otro.
De hecho, esas tensiones ya están presentes. Saleh, quien ha cimentado su poder sobre la corrupción, el nepotismo y las alianzas con poderosos jefes tribales, muchos de los cuales tienen estrechos vínculos con los yihadistas, ha procurado tocar lo menos posible a los militantes de AQPA y más bien ha desviado los apoyos que recibe contra el terrorismo hacia sus enemigos internos, los huthis del norte y los socialistas del sur.
Por lo demás, según recuerda Al-faqhi, quien también es escritor y activista político, la presencia de grupos terroristas en Yemen no es nueva y tiene raíces intra y extra yemeníes. En el decenio de los setenta, tanto el gobierno de Yemen del Norte como el de su vecino Arabia Saudita fomentaron el fundamentalismo religioso como una estrategia para frenar a los socialistas del Sur. Luego los yihadistas de ambos países extendieron sus acciones a Afganistán, donde ayudaron a los mujaidines a expulsar a las tropas invasoras soviéticas. El colapso del bloque socialista cambió toda esta ecuación y propició, entre otros efectos, la unificación de Yemen.
A finales de los ochenta y principios de los noventa, continúa el profesor, los yihadistas yemeníes empezaron a retornar a casa, pero no venían solos. Muchos de sus camaradas internacionales, temerosos de ser perseguidos en sus propios países, encontraron refugio en la recién fundada República Árabe de Yemen. Hay quienes creen que esto no fue casual, sino que los llamados “afganos árabes” llegaron para cumplir la tarea muy concreta de combatir a la izquierda yemení, en general, y al Partido Socialista en particular.
En todo caso, en los primeros años de su reunificación Yemen vivió varios atentados contra estas fuerzas políticas, y en la breve guerra civil de 1994 los exguerreros de Afganistán, yemeníes o no, se pusieron del lado del presidente Saleh, quien los recompensó incorporando a muchos a las fuerzas de seguridad o a cargos gubernamentales. La mayoría, sin embargo, tuvo que abandonar poco después el país, por la presión de vecinos como Arabía Saudita y Egipto, que habían sufrido ataques terroristas operados aparentemente desde Yemen.
Tras los atentados en territorio estadunidense y la contraofensiva decretada por el gobierno de George W. Bush, a Saleh no le quedó más opción que prescindir de sus incómodos aliados e inclusive hacerse de la vista gorda cuando en 2002 mercenarios estadunidenses asesinaron a varios líderes de Al Qaeda en territorio yemení. Pero conforme escalaron los conflictos internos, el presidente volteó otra vez hacia ellos en busca de apoyo, proporcionándoles ayuda financiera y garantizando su libertad de movimiento, a cambio de que no hicieran mucho ruido.
Esta ambigüedad ha colocado a Saleh en una posición más que comprometida. Sin persecución gubernamental y en medio del caos de los enfrentamientos domésticos, los yihadistas se reagruparon en la AQPA y, por supuesto, lo menos que hicieron fue quedarse quietos.
Según el profesor Al-faqhi, además estarían molestos con el presidente yemení, porque debido a las presiones internacionales les impidió desplazarse a Irak para continuar ahí la yihad, y porque los apoyos financieros que les ofreció han menguado considerablemente por la crisis financiera.
Vuelto a colocar en el ojo del huracán por la serie de incidentes cuyo hilo conductor lleva hasta Yemen, el presidente persiste, sin embargo, en mantener su difícil equilibrismo. Acusado directamente por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, de ser una base del terrorismo islámico, Saleh reiteró su compromiso con la comunidad internacional, pero sostuvo que “no permitiremos a nadie injerirse en nuestros asuntos internos, y combatiremos a los terroristas con nuestros propios medios y capacidades”.
Su ministro de Exteriores, Abubakr al Qirbi, fue todavía más claro. “Estados Unidos –dijo– debería aprender de sus experiencias en Pakistán y Afganistán, para no cometer los mismos errores en Yemen a la hora de combatir a Al Qaeda”. Mejor, propuso, debería invertir para desarrollar su deprimida economía en forma sostenida.
No es mala idea. Claro, siempre y cuando los recursos se destinen realmente para ello.
cvb
--fin de texto--
El más reciente fue la intercepción en aeropuertos de Dubai y Gran Bretaña de paquetes explosivos en aviones de las compañías cargueras UPS y FedEx, que supuestamente deberían haber sido entregados en sinagogas de Chicago o podrían haber estallado en el aire.
La primera referencia mayor a Yemen en relación con el terrorismo islámico, y concretamente la red de Al Qaeda, fue en octubre de 2000, cuando una lancha rápida cargada de explosivos se estrelló en el puerto de Adén contra el buque USS Cole de la armada estadunidense, causando 17 muertos y 39 heridos entre su tripulación.
Washington acusó al gobierno de Sudán de que durante algún tiempo cobijó a Osama bin Laden y, además, que desde ese país también se habrían organizado los atentados contra las embajadas estadunidenses de Kenia y Tanzania en 1998, a los que el entonces presidente Bill Clinton respondió bombardeando supuestas –y falsas– instalaciones terroristas. También se exigió una indemnización de 17 millones de dólares para las víctimas del Cole, misma que fue apelada por el régimen de Jartum y sigue en trámite.
Pero en 2008 un tribunal militar estadunidense dio un giro al caso, al levantar cargos contra Abdel Rahim al Nashiri, un ciudadano saudí de origen yemení que se encuentra preso en la base de Guantánamo desde 2006, “por organizar y dirigir” el ataque contra el USS Cole. El proceso está siendo sujeto a revisión y, de ser encontrado culpable, al Nashiri podría enfrentar la pena de muerte. Todos los demás posibles implicados escaparon o fueron liberados de cárceles yemeníes.
Ahora, bajo presión, el gobierno de Yemen ha iniciado un “juicio en ausencia” contra el clérigo radical Anwar al Awlaqi, por presuntamente estar relacionado con los envíos de paquetes explosivos y con ataques contra extranjeros en territorio yemení, como el asesinato de un contratista francés ocurrido el mes pasado. Con doble nacionalidad por haber nacido en Estados Unidos, según fuentes de inteligencia ejerce una gran influencia religiosa y en 2009 fue ascendido por Al Qaeda al rango de “comandante regional”.
En un hecho inédito contra un ciudadano estadunidense, en abril de este año el gobierno de Barack Obama autorizó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) capturar o matar a al Awlaki, a quien las pesquisas relacionan ya con varios casos. Nidal Malik Hasan, el militar que abrió fuego en Fort Hood, Texas, en 2009, matando a 13 personas, tuvo contacto con el clérigo todo el año previo y éste lo felicitó posteriormente por su “hazaña”.
Omar Faruk Abdulmutalab, el nigeriano que en la Navidad pasada intentara hacer estallar un avión de Northwest que se dirigía de Amsterdam a Detroit con explosivos adheridos a su ropa interior, dijo sin rodeos que al Awlaqi fue quien planeó el ataque suicida, lo entrenó y le dio las justificaciones religiosas para hacerlo.
Y Faisal Shahzad, el detenido por el fallido atentado con coche bomba en Times Square, aunque no pareció haber tenido ningún contacto directo con el clérigo, dijo que se inspiró en él para realizar su obra.
En cualquier caso, Estados Unidos ha incrementado la presión sobre Yemen para que combata a los terroristas islámicos, asentados ahora en su territorio bajo el nombre de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), y también para poder llevar a cabo por su cuenta acciones punitivas y de inteligencia.
Así, por ejemplo, en días previos al fallido atentado de Navidad, aviones estadunidenses realizaron “ataques preventivos” precisamente en la zona de la influyente tribu Awlaqi, y en días posteriores fueron abatidos varios militantes de AQPA, incluido uno de sus líderes.
Apenas terminado el feriado navideño de 2009, el presidente yemení Alí Abdullah Saleh se reunió con el general David Petraeus, entonces coordinador del Pentágono para Oriente Medio, para discutir una ampliación de la cooperación militar y una duplicación de la ayuda económica (150 millones de dólares) provista por Washington. Semanas después, el presidente Barack Obama reconoció haber autorizado a la CIA y a la Agencia de Seguridad Nacional realizar operaciones de espionaje, entrenamiento y financiamiento para combatir el terrorismo en Yemen.
La “cooperación antiterrorista” entre Washington y Sanaa en modo alguno ha sido tersa. Catalogado como el más pobre de los países árabes y con un índice de desarrollo muy precario, durante los últimos 20 años Yemen ha sido descrito por diplomáticos y analistas como un polvorín a punto de estallar. “Para su sorpresa, empero, el país logró buen tiempo mantenerse estable, evitar la violencia a gran escala y manejar varias crisis a la vez”, reseña el Grupo Internacional de Crisis (GIC), un instituto plural de diagnóstico con sede en Bruselas que dice trabajar para prevenir los conflictos en el mundo.
Así, en 1990 superó la unificación de Yemen del Norte y del Sur, una división heredada de los imperios otomano y británico, y después cultivada por la política de bloques posterior a la II Guerra Mundial; aguantó los recortes económicos y la reabsorción de una cuarta parte de su fuerza de trabajo en 1991, cuando sus vecinos árabes lo castigaron porque su gobierno no apoyó la I Guerra del Golfo, derivada de la invasión iraquí de Kuwait, y controló en 1994 la primera sublevación secesionista encabezada por los grupos socialistas del sur.
Pero en 2000 todo empezó a cambiar. Primero con el ataque al Cole y luego con los atentados de septiembre de 2001, el gobierno yemení, que intentó resistirse a cualquier alianza con Estados Unidos, tuvo que sumarse de grado o por fuerza a su “guerra global contra el terrorismo”. En 2004 estalló un conflicto armado con los chiitas zaydíes de la norteña provincia de Saada, que perdura hasta la fecha y ha cobrado miles de muertos, 250 mil desplazados y una destrucción material incuantificable. Y a partir de 2007 han revivido los afanes secesionistas del sur, en medio de masivas protestas sociales acicateadas por la crisis económica.
Al día de hoy el presidente Saleh, que lleva 32 años en el poder, tiene tres frentes abiertos y no necesariamente conciliables entre sí. Según Abdullah Al-faqhi, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Sanaa, la principal preocupación de Saleh es retener el poder político y económico, para después legarlo a su hijo, el actual coronel Ahmed; además, Estados Unidos y la comunidad internacional están preocupados por la amenaza que representa Al Qaeda para la paz regional y mundial, y los yemeníes ilustrados, como él, temen posibles tensiones entre los objetivos de uno y otro.
De hecho, esas tensiones ya están presentes. Saleh, quien ha cimentado su poder sobre la corrupción, el nepotismo y las alianzas con poderosos jefes tribales, muchos de los cuales tienen estrechos vínculos con los yihadistas, ha procurado tocar lo menos posible a los militantes de AQPA y más bien ha desviado los apoyos que recibe contra el terrorismo hacia sus enemigos internos, los huthis del norte y los socialistas del sur.
Por lo demás, según recuerda Al-faqhi, quien también es escritor y activista político, la presencia de grupos terroristas en Yemen no es nueva y tiene raíces intra y extra yemeníes. En el decenio de los setenta, tanto el gobierno de Yemen del Norte como el de su vecino Arabia Saudita fomentaron el fundamentalismo religioso como una estrategia para frenar a los socialistas del Sur. Luego los yihadistas de ambos países extendieron sus acciones a Afganistán, donde ayudaron a los mujaidines a expulsar a las tropas invasoras soviéticas. El colapso del bloque socialista cambió toda esta ecuación y propició, entre otros efectos, la unificación de Yemen.
A finales de los ochenta y principios de los noventa, continúa el profesor, los yihadistas yemeníes empezaron a retornar a casa, pero no venían solos. Muchos de sus camaradas internacionales, temerosos de ser perseguidos en sus propios países, encontraron refugio en la recién fundada República Árabe de Yemen. Hay quienes creen que esto no fue casual, sino que los llamados “afganos árabes” llegaron para cumplir la tarea muy concreta de combatir a la izquierda yemení, en general, y al Partido Socialista en particular.
En todo caso, en los primeros años de su reunificación Yemen vivió varios atentados contra estas fuerzas políticas, y en la breve guerra civil de 1994 los exguerreros de Afganistán, yemeníes o no, se pusieron del lado del presidente Saleh, quien los recompensó incorporando a muchos a las fuerzas de seguridad o a cargos gubernamentales. La mayoría, sin embargo, tuvo que abandonar poco después el país, por la presión de vecinos como Arabía Saudita y Egipto, que habían sufrido ataques terroristas operados aparentemente desde Yemen.
Tras los atentados en territorio estadunidense y la contraofensiva decretada por el gobierno de George W. Bush, a Saleh no le quedó más opción que prescindir de sus incómodos aliados e inclusive hacerse de la vista gorda cuando en 2002 mercenarios estadunidenses asesinaron a varios líderes de Al Qaeda en territorio yemení. Pero conforme escalaron los conflictos internos, el presidente volteó otra vez hacia ellos en busca de apoyo, proporcionándoles ayuda financiera y garantizando su libertad de movimiento, a cambio de que no hicieran mucho ruido.
Esta ambigüedad ha colocado a Saleh en una posición más que comprometida. Sin persecución gubernamental y en medio del caos de los enfrentamientos domésticos, los yihadistas se reagruparon en la AQPA y, por supuesto, lo menos que hicieron fue quedarse quietos.
Según el profesor Al-faqhi, además estarían molestos con el presidente yemení, porque debido a las presiones internacionales les impidió desplazarse a Irak para continuar ahí la yihad, y porque los apoyos financieros que les ofreció han menguado considerablemente por la crisis financiera.
Vuelto a colocar en el ojo del huracán por la serie de incidentes cuyo hilo conductor lleva hasta Yemen, el presidente persiste, sin embargo, en mantener su difícil equilibrismo. Acusado directamente por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, de ser una base del terrorismo islámico, Saleh reiteró su compromiso con la comunidad internacional, pero sostuvo que “no permitiremos a nadie injerirse en nuestros asuntos internos, y combatiremos a los terroristas con nuestros propios medios y capacidades”.
Su ministro de Exteriores, Abubakr al Qirbi, fue todavía más claro. “Estados Unidos –dijo– debería aprender de sus experiencias en Pakistán y Afganistán, para no cometer los mismos errores en Yemen a la hora de combatir a Al Qaeda”. Mejor, propuso, debería invertir para desarrollar su deprimida economía en forma sostenida.
No es mala idea. Claro, siempre y cuando los recursos se destinen realmente para ello.
cvb
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