El adiós del Hijo de Cien Caras
Primera Caída:
El adiós.
A través del cristal del ataúd, su rostro reflejaba un semblante sereno y lleno de paz, convencido de que esa noche del domingo 28 de noviembre había realizado bien su trabajo en el ring, como el gran profesional que era. Bajó satisfecho del cuadrilátero de la Arena Naucalpan y caminó al vestidor, se despedía del público y, ya adentro, sus compañeros le dieron, sin saberlo, el último abrazo y se despidieron de él para siempre sin imaginar que horas después sería cobardemente asesinado. Yo lo contemplaba una y otra vez reprochándole el haberse ido tan temprano y sin despedir, sus largas pestañas ya no se levantaron para permitirme ver sus ojos, sus labios parecían sonreír como diciéndome: “¡Hice y viví como quise!, fui buen hijo, buen hermano, buen esposo, buen padre”, ¿No lo sé? conteste en silencio, sin dudar de sus palabras, lo que sí sé es que fuiste un excelente compañero, un buen amigo, un hombre sano, trabajador y un profesional que se superaba día a día, fuiste un buen ser humano y aquí está la prueba, mi querido ‘Tachito’, no han dejado de llegar tus compañeros y amigos para despedirse de ti antes de que viajes a Monclova, Coahuila, donde te espera tu familia.
Segunda caída:
La niñez.
Eustacio Jiménez Ibarra nació el 21 de marzo de 1976 en una pequeña población, situada en el municipio de Tula (en el estado de Tamaulipas), de nombre Nuevo Padilla. Siendo aún un niño, lo llevaron a vivir al puerto de Tampico, donde se crio. Ya de adolescente, su hermano mayor lo llevó a vivir a Monterrey, Nuevo León. En aquellos años no todo era alegría; en las navidades no siempre podían abrir un regalo. Fue un niño feliz, a pesar de las carencias económicas, siempre recibió el amor y cariño de su familia, sobre todo del hermano mayor a quien Tacho admiraba enormemente porque era luchador profesional y se entusiasmaba mucho cuando éste luchaba en las arenitas de la ciudad de Monterrey, ya que ahí lo podía ver. Siempre, al término de cada lucha, le ayudaba a guardar sus botas, mallas y capa en la vieja petaquita de piel. Cuando salían de la arena se sentía orgulloso al ver que a su hermano le pedían autógrafos y se fotografiaban con él, fue cuando Tacho decidió seguir sus pasos para convertirse en luchador profesional. Pasó el tiempo y su hermano se convirtió en La Parka, salía en televisión y gozaba de enorme fama y popularidad, fue entonces que (el ahora) L.A. Park se convirtió en su maestro y, con la ayuda del Salsero, lo entrenaron hasta cumplirle el tan anhelado sueño. Llegó el día del ansiado debut y debido a su gran estatura y peso le pusieron una máscara y el nombre de ‘Frankenstein’, debutó en Guadalupe, Nuevo León, bajo la promoción del Salsero, en el patio de una casa convertido en arena, propiedad de Homero Guerrero, integrante de los Cadetes de Linares.
L.A. Park deseaba que su hermano probara el estrellato, era un buen luchador, tenía peso y estatura, pero necesitaba un nombre que llamara la atención del público, fue entonces que L.A. Park se acercó a un noble compañero y amigo quien había hecho historia y no tenía un heredero que continuara con el nombre y personaje de Cien Caras.
Tercera caída:
El Hijo de Cien Caras.
Carmelo Reyes ‘Cien Caras’ conocía a Tacho desde que era un jovencito, así que después de pensarlo muy bien aceptó la propuesta de L.A. Park y heredó a Tacho el nombre y personaje de El Hijo de Cien Caras. Con el enorme apoyo de Carmelo y de L.A Park, el nuevo Capo mostraba un gran entusiasmo en cada lucha, dándole lustre, respeto y valor al personaje. Gracias a su perseverancia y esfuerzo cotidiano en el gimnasio, logró hacerle honor a los Hermanos Dinamita y se ganó el respeto del público y de sus compañeros. Hace casi cuatro años, en una etapa muy difícil de mi carrera, cuando el CMLL giró un memorándum a empresarios y luchadores donde quedaba estrictamente prohibido contratarme o luchar conmigo, Tacho fue uno de los pocos gladiadores que tuvo los pantalones de hacer caso omiso a tal arbitrariedad e injusticia y aceptó ser parte del elenco de Todo X El Todo, en mi 25 aniversario, durante la función realizada en el desaparecido Toreo de Cuatro Caminos. Tiempo después, tuve el enorme placer de llevarlo a nuestras giras por Europa, siendo la bella ciudad de Valencia, España, el primer lugar en el que luchó en el Viejo Continente dentro del Festival Internacional de Rock y, de ahí, al Round House de Londres, Inglaterra, en donde parecía un niño grande caminando a orillas del Río Támesis, admirando todos y cada uno de los mágicos lugares que visitábamos en nuestros tiempos libres; La Torre de Londres, El Big Ben o el Palacio de Buckingham, siempre alegre, accesible y amable con mi familia y compañeros. Ayer fue sepultado al mediodía, en compañía de sus padres, de su esposa María Félix Rocha, sus hijos, Allan Eustacio, Édgar Adolfo, Abraham y su pequeña bebé recién nacida que crecerá, lamentablemente, sin conocerle, pero sabiendo que estaba ansioso por tener una niña tan bella como ella.
Así como de sus hermanos Ulises, Alejandro, Gabriel, Georgina y L.A. Park, quien siempre creyó en él y lo ayudó a cumplir su sueño. Comparto las palabras que muy consternado me dijo en la funeraria la noche del pasado lunes: “No hace falta que se muera uno de nosotros para unirnos y demostrarnos que somos una gran familia luchística, en donde no existen empresas, ni elencos… ¡Que se peleen los promotores!, ¡nosotros, no!, gracias a todos mis compañeros por acompañar a mi querido hermano”. Descanse en paz.
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
El adiós.
A través del cristal del ataúd, su rostro reflejaba un semblante sereno y lleno de paz, convencido de que esa noche del domingo 28 de noviembre había realizado bien su trabajo en el ring, como el gran profesional que era. Bajó satisfecho del cuadrilátero de la Arena Naucalpan y caminó al vestidor, se despedía del público y, ya adentro, sus compañeros le dieron, sin saberlo, el último abrazo y se despidieron de él para siempre sin imaginar que horas después sería cobardemente asesinado. Yo lo contemplaba una y otra vez reprochándole el haberse ido tan temprano y sin despedir, sus largas pestañas ya no se levantaron para permitirme ver sus ojos, sus labios parecían sonreír como diciéndome: “¡Hice y viví como quise!, fui buen hijo, buen hermano, buen esposo, buen padre”, ¿No lo sé? conteste en silencio, sin dudar de sus palabras, lo que sí sé es que fuiste un excelente compañero, un buen amigo, un hombre sano, trabajador y un profesional que se superaba día a día, fuiste un buen ser humano y aquí está la prueba, mi querido ‘Tachito’, no han dejado de llegar tus compañeros y amigos para despedirse de ti antes de que viajes a Monclova, Coahuila, donde te espera tu familia.
Segunda caída:
La niñez.
Eustacio Jiménez Ibarra nació el 21 de marzo de 1976 en una pequeña población, situada en el municipio de Tula (en el estado de Tamaulipas), de nombre Nuevo Padilla. Siendo aún un niño, lo llevaron a vivir al puerto de Tampico, donde se crio. Ya de adolescente, su hermano mayor lo llevó a vivir a Monterrey, Nuevo León. En aquellos años no todo era alegría; en las navidades no siempre podían abrir un regalo. Fue un niño feliz, a pesar de las carencias económicas, siempre recibió el amor y cariño de su familia, sobre todo del hermano mayor a quien Tacho admiraba enormemente porque era luchador profesional y se entusiasmaba mucho cuando éste luchaba en las arenitas de la ciudad de Monterrey, ya que ahí lo podía ver. Siempre, al término de cada lucha, le ayudaba a guardar sus botas, mallas y capa en la vieja petaquita de piel. Cuando salían de la arena se sentía orgulloso al ver que a su hermano le pedían autógrafos y se fotografiaban con él, fue cuando Tacho decidió seguir sus pasos para convertirse en luchador profesional. Pasó el tiempo y su hermano se convirtió en La Parka, salía en televisión y gozaba de enorme fama y popularidad, fue entonces que (el ahora) L.A. Park se convirtió en su maestro y, con la ayuda del Salsero, lo entrenaron hasta cumplirle el tan anhelado sueño. Llegó el día del ansiado debut y debido a su gran estatura y peso le pusieron una máscara y el nombre de ‘Frankenstein’, debutó en Guadalupe, Nuevo León, bajo la promoción del Salsero, en el patio de una casa convertido en arena, propiedad de Homero Guerrero, integrante de los Cadetes de Linares.
L.A. Park deseaba que su hermano probara el estrellato, era un buen luchador, tenía peso y estatura, pero necesitaba un nombre que llamara la atención del público, fue entonces que L.A. Park se acercó a un noble compañero y amigo quien había hecho historia y no tenía un heredero que continuara con el nombre y personaje de Cien Caras.
Tercera caída:
El Hijo de Cien Caras.
Carmelo Reyes ‘Cien Caras’ conocía a Tacho desde que era un jovencito, así que después de pensarlo muy bien aceptó la propuesta de L.A. Park y heredó a Tacho el nombre y personaje de El Hijo de Cien Caras. Con el enorme apoyo de Carmelo y de L.A Park, el nuevo Capo mostraba un gran entusiasmo en cada lucha, dándole lustre, respeto y valor al personaje. Gracias a su perseverancia y esfuerzo cotidiano en el gimnasio, logró hacerle honor a los Hermanos Dinamita y se ganó el respeto del público y de sus compañeros. Hace casi cuatro años, en una etapa muy difícil de mi carrera, cuando el CMLL giró un memorándum a empresarios y luchadores donde quedaba estrictamente prohibido contratarme o luchar conmigo, Tacho fue uno de los pocos gladiadores que tuvo los pantalones de hacer caso omiso a tal arbitrariedad e injusticia y aceptó ser parte del elenco de Todo X El Todo, en mi 25 aniversario, durante la función realizada en el desaparecido Toreo de Cuatro Caminos. Tiempo después, tuve el enorme placer de llevarlo a nuestras giras por Europa, siendo la bella ciudad de Valencia, España, el primer lugar en el que luchó en el Viejo Continente dentro del Festival Internacional de Rock y, de ahí, al Round House de Londres, Inglaterra, en donde parecía un niño grande caminando a orillas del Río Támesis, admirando todos y cada uno de los mágicos lugares que visitábamos en nuestros tiempos libres; La Torre de Londres, El Big Ben o el Palacio de Buckingham, siempre alegre, accesible y amable con mi familia y compañeros. Ayer fue sepultado al mediodía, en compañía de sus padres, de su esposa María Félix Rocha, sus hijos, Allan Eustacio, Édgar Adolfo, Abraham y su pequeña bebé recién nacida que crecerá, lamentablemente, sin conocerle, pero sabiendo que estaba ansioso por tener una niña tan bella como ella.
Así como de sus hermanos Ulises, Alejandro, Gabriel, Georgina y L.A. Park, quien siempre creyó en él y lo ayudó a cumplir su sueño. Comparto las palabras que muy consternado me dijo en la funeraria la noche del pasado lunes: “No hace falta que se muera uno de nosotros para unirnos y demostrarnos que somos una gran familia luchística, en donde no existen empresas, ni elencos… ¡Que se peleen los promotores!, ¡nosotros, no!, gracias a todos mis compañeros por acompañar a mi querido hermano”. Descanse en paz.
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
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