A la URSS se le dejó nacer, con muchos sacrificios, se podría decir que por cesárea, pero nunca se le dejó desarrollarse. Entre el Imperialismo, ya sea alemán o gringo, y la bestialidad de Stalin, el germinado nunca pudo bien establecerse en la tierra. No a la altura de miras de Marx. O del mismo Lennin.
Quien más daño le ha hecho al comunismo no es un gringo, no es Hitler, no son los japoneses, ingleses o el Vaticano. Fue Stalin, ese caballo duro y resistente, para la época de penosas y sangrientas nevadas, pero no para el sociego y la bonanza.
Burocracia, atraso, libertades coartadas, millones de muertos -unos de hambre, otros por disentir-, y el sueño del desarrollo truncado por una absurda guerra fría. ¿Qué hacer?
El libro salió en 1990. Rius realmente estaba esperanzado con una rectificación histórica del stalinismo, que no es lo mismo que socialismo, y así poder seguir en la construcción de un mundo mejor.
Pero para 2010, 20 años después, ya sabemos que Gorbachov falló. La URSS tronó. Cayó el muro de Berlín. Los gringos ganaron la guerra fría y para celebrarlo invadieron Irak. Y el llamado de la Perestroika sólo quedó en la mente de los planos como un anuncio de pésismos tennis deportivos. Ni hablar. Como testimonio de mejores intenciones, de que un mundo mejor, más solidario e igualitario aún se puede. ¿China lo logrará?
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