La bronca de Mandela a Blair por la invasión de Irak
Por: Ramón LoboNelson Mandela abroncó a Tony Blair en 2003 a través del ministro para País de Gales, Peter Hain. Se sentía traicionado por la participación británica en la invasión de Irak. "Es un error, un gran error, ¿por qué hace esto después de todo su apoyo a África? Le causará un enorme daño internacionalmente", dijo el líder sudafricano, según revela la biografía escrita por Hain, gran conocedor del país y del personaje pues vivió en Pretoria en su juventud y participó en el movimiento anti-apartheid. Mandela dijo que con el apoyo del primer ministro británico a la invasión y derrocamiento de Sadam Husein había destrozado su prestigio y tirado a la basura los logros como político. El tiempo le dio la razón.
De esperanza y motor del Nuevo Laborismo y de la Tercera Vía, Tony Blair ha pasado con el tiempo a ser un político con problemas para presentar su libro y sin prestigio entre sus antiguos votantes. Salvado por sus amigos, que le mantienen sobre la pasarela, ejerce como portavoz del Cuarteto (UN, EEUU, Rusia y EU), cuyo fin es aplicar una Hoja de Ruta inexistente en un conflicto, el palestino-israelí, que carece de ruta y de negociaciones serias de paz.
En las antípodas de la política llevada a cabo por Blair está Nelson Mandela, símbolo de lo contrario: la importancia de los valores y los principios -por encima del prime time en televisión-, de los gestos (el célebre del partido de rugby en 1995; el segundo vídeo a continuación), de la política honesta sin cálculo electoral ni personal. La historia ha colocado a cada uno es su sitio.
Blair queda retratado en la excelente película The Queen, donde un joven inteligente, brillante, de gran retórica, mejor manejo del escenario y perfecto inglés cae deslumbrado por la grandeza del Palacio de Buckingham y por lo que representa la monarquía británica: el poder de siglos. Ese impacto permite imaginar cómo debió ser el que sufrió en la Casa Blanca, donde reside gran parte del poder actual.
La primera rueda de prensa de Blair tras la muerte de Lady Diana fue una obra maestra del género. En ella pronunció el célebre calificativo de "princesa del pueblo", que había sido previamente cocinado (inventado en el despacho con papel y lápiz) por su jefe de comunicación, el no menos brillante Alastair Campbell. Esa puesta en escena, como su maravillosa lectura en la catedral de Westminster, durante el funeral, contenía ya el virus que llevó al desastre de Irak: la importancia de la imagen por encima de los principios que se dicen defender.
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