Patricio es un chingón...
La maldición blanquiazul
Me parece que la teoría de la salación es la única explicación científica razonable para todo lo que nos está pasando como país. Puede ser la maldición de la Malinche, que nos persigue desde la llegada a nuestras tierras de los primeros inversionistas extranjeros (“Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero. Hoy les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio y damos nuestra riqueza por sus espejos con brillo”) o podría ser un mal de ojo que nos aventó el émulo de Tutankamón, Fidel Velázquez, antes de partir al más allá. La salación, curiosamente, empieza como tal con Salinas, el primer presidente abiertamente panista que ascendió al poder presidencial. Antes de que el primer chaparro pelón de nuestra historia reciente apareciera en escena, ahí más o menos la íbamos pasando, nadando de muertito en un mar de corrupción y demagogia, mecidos por oleajes inflacionarios de tres cifras, pero felices y satisfechos a nuestra manera.
A partir de 1988, la maldición blanquiazul empezó a causar estragos: nos embarcan con el TLC, se arman los plomazos en Chiapas con el alzamiento de los zapatistas, Luis Donaldo Colosio es ejecutado por varios asesinos solitarios, Ruiz Massieu es invitado a coordinar la campaña colosista en el otro mundo y, lo peor, otro prominente panista es ungido como candidato del PRI: Ernesto Zedillo Ponce de León. Ante la concertacesionada huida del jefe Diego y el pasmo de Cuauhtémoc Cárdenas, que se encontraba muy ocupado tratando de diferenciar la cerveza del sidral, Zedillo gana por default las elecciones y asciende al trono sexenal. No le tomó ni quince minutos quitar los alfileres con que estaban sostenidas las variables de nuestra economía ficción, y fue así como los mexicanos tuvimos el privilegio de protagonizar la primera gran crisis financiera global, conocida como el Efecto Tequila. Para proteger los ahorros de los dueños de los bancos, nos empujaron el Fobaproa, que todavía seguimos pagando con intereses sobre intereses. Ya sin nada que perder, el país reanudó con renovados bríos su marcha hacia ninguna parte, hasta que apareció un mesías no muy tropical, bigotón, ataviado con botas ¬–y con devotas¬–, que logró convencer a la mayoría de los mexicanos en edad de sufragar, de que le regalaran su voto a cambio de decirles todo lo que ellos quisieran escuchar. Una vez más, los astros se alinearon en nuestra contra, y mientras otros países en transición hacia la democracia contaron con líderes como Juan Carlos de Borbón, Nelson Mandela, Vaclav Havel y Raúl Alfonsín (si no nos ponemos exigentes podríamos incluir aquí hasta a Boris Yeltsin), nosotros tuvimos que soplarnos la errática conducción de un ranchero descerebrado, que le encargó el changarro a su señora durante los seis años de su gestión, mientras él se afanaba en llevar al país de vuelta a 1988 y en sentar las bases para que el país pudiera lograr con éxito la regresión al autoritarismo. Pero, como podemos localizar en el sexenio foxista el punto en el que la maldición blanquiazul entró en su fase superior, haremos un espacio para la memoria, recordando un Pescado Original del año 2005:
Estoy más convencido que nunca de que Vicente Fox, en algún momento muy temprano de su periodo de gobierno, fue víctima de un trabajito de brujería-mal de ojo o salación- que le hizo, o encargó le hicieran, alguien que envidiaba su éxito, su popularidad y su belleza latina. Muchas de los infortunios que le sucedieron pueden sin duda ser atribuidos a su propia inexperiencia y torpeza, pero otros no. Por ejemplo: es claro que la infortunada declaración de “No hay duda de que los mexicanos y las mexicanas, llenos de dignidad, de voluntad y de capacidad de trabajo, están haciendo trabajos que ni siquiera los negros quieren hacer allá, en Estados Unidos” es una triste conjunción de obnubilación, mal juicio y tacto de chivo con Parkinson en cristalería, pero el que Fox haya proferido semejante barbaridad en los días en que la secretaria de Desarrollo Social, Josefina Vázquez Mota, presentaba la Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación… no puede ser solamente fruto de la casualidad. Una cosa es ser inútil, pero cuando te propones obtener un acuerdo migratorio amplio con los Estados Unidos y en vez de eso obtienes un muro doble de mil doscientos kilómetros, o cuando pretendes reunificar a las dos Coreas y al final de tu mandato las dejas a punto de una guerra nuclear, por fuerza tiene que existir un factor externo. Sostengo que ese factor es la salación, el mal de ojo, la brujería. Un caso famoso, similar al de Vicente Fox, fue el del ex presidente argentino Carlos Menem. La gente que atrae la mala suerte es conocida como gafe, malaje, ceniza o, siguiendo el término argentino, mufa. En Argentina, el ex presidente Carlos Saúl Menem está considerado como uno de los mayores mufas públicos. Entre muchas otras desgracias, se cita la muerte de uno de sus hijos, el abandono de su primera mujer, el fallecimiento de su médico personal y de varios de sus ministros (como aquel de Economía que sufrió un infarto a los cinco días de tomar posesión) y la dolarización del país que generó el desastre financiero de años sucesivos que aún padecen sus conciudadanos.
Durante su etapa como presidente, la selección de fútbol argentina no quería ni verlo en el campo pues nunca ganaba si él estaba presente. Para quitarse la mala fama, Menem asistió al partido inaugural del Mundial en el que Argentina partía como campeón frente a la débil selección de Camerún. El equipo americano fue incapaz de ganar al africano, y además fue eliminado de la competición poco después. Menem nunca volvió a presidir un partido de fútbol, pese a su afición personal a este deporte.En el 2006, después de una elección tan desaseada que nos hizo extrañar a Manuel Bartlett en la Secretaría de Gobernación, y después de un cataclismo post-electoral que forzó a los partidos a iniciar una reforma electoral que logró convertir al IFE en una estrella más del Canal de las Estrellas, descubrimos que no todos los refranes son ciertos y que después de la tempestad a veces lo que viene es un maremoto. Desde que el pequeño continuador de la maldición blanquiazul ascendió ¬a la silla del águila –con dificultad y con la ayuda de unos banquitos¬–, las catástrofes se han sucedido unas a otras: la guerra contra el narco apresura la tijuanización del país entero, la Suprema Corte se transforma en la tremenda corte de Tres Patines, las selecciones nacionales de fútbol entran en un proceso irreversible de ratonización, el secretario de Gobernación se mata en un avionazo solitario, se nos viene encima un catarrito apocalíptico que derrumba al peso y al Producto Interno Bruto y, para acabarla de joder, a un par de días de que los obispos de la iglesia encomendaran al país al espíritu santo, el catarrito financiero muta en virus de influenza porcina y paraliza lo que quedaba del país. No hace falta que nos orine un perro para completar el cuadro, pues podemos estar seguros de que la maldición no terminará de azotarnos hasta que los panistas abandonen Palacio Nacional y se retiren para siempre a sus nichos en las catacumbas guanajuatenses. Así, en el 2012, mientras las dizque izquierdas se ocupan de ejecutar el sagrado ritual de la autodestrucción, iniciaremos un nuevo ciclo tricolor de 72 años, disfrutando de la paz y la seguridad que brinda una confortable dictadura perfecta, y volveremos a ser felices, una vez más, todos contra el PRI hasta el fin de los tiempos.
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