Me tardé mucho en este libro: dos semanas...
Pero vaya maravilla. Digna continuación de Q, honrosa y sangrienta, como todo lo relacionado con la realeza española de aquellos ayeres.
Felipe de Austria, o Felipe de Habsburgo, o Felipe El Piadoso, o Felipe II... vaya hijo de puta!
Digno, dignísimo, antecesor directo de Hitler y del actual estado fascista de Israel. Felipe II, el Piadoso, movió los hilos de su imperio a su antojo. Mató, hizo la guerra, construyó, hizo alianzas, defendió a la cristiandad, masacró a los hugonotes, masacró a los marranos, masacró a los moriscos, masacró a los indios, masacró a los negros, masacró a los alemanes, masacró a los franceses, masacró a los holandeses, masacró a los turcos. Y, porque no decirlo, masacró a los españoles, a los católicos, a sus amigos, a sus aliados... a su familia!
Felipe II heredó un vasto imperio, así como sus enormes deudas, y los sueños de un imperio español católico global. Pero no tuvo tanta suerte.
Desconfiado, inseguro, lento de actuar, pero mortífero al hacerlo, Felipe II tuvo 4 esposas, y muchos anhelos para su heredero que no se lograron.
Carlos de Austria, el heredero, aparte de deforme físicamente, por esa absurda -en nuestros días- política de alianzas familiares de los Habsburgo, que fue degenerando sus genes reales; era un psicópata en potencia más arbitrario que su mismísimo padre. Que bueno que su amoroso y cristiano padre ahorró el trabajo de combatirlo a las generaciones futuras.
Hijos que murieron chicos, hijos nonatos, hijas incestuosas... al final un hijo de carácter anodino heredó el Imperio, mismo que colapsó en las generaciones siguientes para darles a Inglaterra y a Francia la hegemonia, al menos hasta que llegó USA.
Poderoso rey que mandó a matar a su hijo, que traicionó a su medio hermano, que en vida de don Carlos V deseaba su muerte; que lo mismo daba el poder absoluto a sus allegados que los refundía en mazmorras lúgubres de la inquisición o del gobierno "civil", si es que esto puede existir en una nación monacal como lo era la España católica del siglo XVI. Que bien pudo eliminar a su esposa Ana de Austría.
Ese monstruo era Felipe II, quien sembró la muerte en todo su Imperio, pero no pudo igualar a su padre en victorias. Si bien las batallas de San Quintín o de Lepanto confirieron prestigio, la desastroza derrota de la Armada Invencible supuso el fin de los sueños imperiales.
Indispensable para entendernos como mexicanos, pues mucho de nosotros viene de esta época oscura... indispensable para saber porque el mundo es como es en la actualidad... y para saber como caen los gigantes... tanto Felipe como su padre Carlos...
- María se echó a reír. El emperador le había escrito: "Me gustaría haberos desposado yo mismo, pero mis débiles pasos ya se encaminan hacia la tumba. Por eso, ¡tomad a mi hijo Felipe!"
- Felipe vio que el dolor aumentaba su fealdad. La pobre María no tenía talento para amar. Cada gesto estaba equivocado. Cada palabra parecía falsa. Pero era inteligente y se daba cuenta de sus errores; era un doble sufrimiento.
- Una sola persona es suficiente para corromper a otra. Pero para salvar a una persona se requiere la ayuda de muchos.
- Que sabio es mi hijo inglés -dijo Felipe con melancolía-. Nunca una persona ha tenido un futuro tan prometedor. Pero prefiere no nacer. Podría haber sido rey de todo un mundo, salvador de los pueblos, protector de los pobres, defensor de los ricos. Inglaterra, Borgoña, los Países bajos y quizá incluso España, Italia, África, las dos Indias y mucho más podría haber sido suyo. Pero ni siquiera pone una mirada sobre la parte que habría sido suya.
- Sois sabio, hijo mío. ¡Tened cuidado! Un mosquito nos entra en la nariz, y zumba tanto en el cerebro, que terminamos comiendo hierba a cuatro patas. ¿No fui rey de Babel? ¿Y no creí también que el sol giraba a mi alrededor?
- Carlos intentó cerrar el puño a pesar de sus manos marcadas por la gota. Había conseguido muchas cosas a lo largo de su vida, pero esto no pudo conseguirlo.
- ... sólo la muerte cabalga tan deprisa, sólo la guerra pasa con tanta frecuencia.
- ¿Qué puede pensar una persona así? Encierra al Santo Padre, pero no se pierde una misa. Quema a los herejes, pero, bajo su pabellón. los predicadores de su ejército difunden las enseñanzas de Lutero. Ensalza el pincel de Tiziano por respeto al arte y permite que sus lansquenetes destruyan Roma, rebosante de templos sagrados y pinturas mágicas. Tiene la mejor orquesta, una orquesta que toca como los ángeles, pero, para él, el sonido de los cañones es más bello todavía. Todo lo hace por amor, dice, por amor a sus pueblos, pero a lo largo de cuarenta años, ¿no ha quemado a cien mil en los Países Bajos, no ha matado a millones en los cuatro continentes, rojos, blancos, negros, amarillos, como si de un negocio ambulante se tratara?, y ¿no ha hecho la guerra a gente como nosotros, que amamos la paz?
- ¿Quieres tumbar al emperador y al rey como simples bolos? El pueblo los ama. Adoran el bastón que los maltrata. ¡Mira a los pobres! ¿Qué aspecto tienen? Están hechos para ser degollados; educados para caer en el engaño.
- La sabiduría habla griego, la virtud latín, el amor hebreo.
- "... maldito sea Felipe en la batalla, en la oración, cuando hable, cuando guarde silencio, cuando coma, beba o duerma. Que la maldición abrase sus ojos y su cuerpo de los pies a la cabeza. Oh Satán y tus espíritus malignos, yo te invoco no desgastes hasta que esté mancillado para siempre, ahorcado o ahogada, despedazado por las fieras o consumido por el fuego..."
- ¿Qué novedades hay? ¿Cómo va el gobierno? ¿Avanza el mundo? Ya tenéis el poder. ¿Qué hacéis con él?
- Ruy Gómez conocía únicamente dos formas de tratar a las personas, con halagos o con violencia. A un poderoso se le halagaba con la debilidad.
- ¿Qué? ¿Un trozo de madera os deslumbra y queréis dirigir al mundo?
- Había sido humilde para gobernar. Había hecho como si estuviera orgulloso de su humildad. Pero cualquiera está orgulloso de alguna cosa, el enfermo de sus abscesos, el leproso de su hedor, el perro de las patadas que recibe. Y él había disfrutado, vivido, dominado y dado patadas a miles de personas.
- Las verdaderas cornejas sólo sacan los ojos a los muertos. Los verdaderos perros sólo olisquean en las entrañas de los cadáveres.
- Cubiertos de sangre y cargados con el botín, todos los soldados se parecían. Felipe podría reconocer su origen únicamente por la forma en que mataban. Los italianos asesinaban con dagas, los españoles con palos, los ingleses con los puños, los flamencos disparaban con sus mosquetones. Los alemanes mataban en grupo.
- Hace tan solo unos días, la riqueza y el placer poblaban estas calles, y ahora, ya no quedaría piedra sobre piedra.
- Odiaba a Egmont por el feliz aficionado que era, por ser el hijo atrevido de Fortuna que, haciéndolo mal, vencía; que arriesgándolo todo, vencía; que, cometiendo todas las necedades, siempre vencía.
- ¿Dónde había ido a parar toda su grandeza? ¿Dónde estaba el héroe que hizo presos a papas y reyes, que batió a los turcos y a los alemanes, que fue señor de cuatr ocontinentes, novio del mundo, hombre de su siglo? Ahora, su carne se fundía como la nieve sucias. Un perro no muere de otra forma.
- La vida es dolor. Una vida larga: ¡mucho dolor!
- Tal como muere el necio, muere también el sabio. La luz es dulce, los ojos se deleitan al ver el sol. la luz es dulce... es la luz, pues donde hay mucha sabiduría, hay también mucho pesar. Quien aprende mucho, sufrirá también mucho.
- "María se está muriendo", pensó, "hay tantos, cerca de mí, que se mueren! La muerte hila su tela de araña. Al final, todos quedaremos atrapados en ella, ahogados. Es como si Dios estuviera ahorrando y no quisiera crear nada nuevo sin destruir antes.
- Cualquier pequeño rufián puede cometer un pecado, pero, ¿con la conciencia tranquila? En eso reside el arte. Para eso se paga a hombres como yo.
- Para él, de la sonrisa al cuchillo dista sólo el ancho del filo.
- "¡Qué extraño!", pensó Juan, "y qué peligroso. ¡Ojalá me amara menos! Su confianza puede costarme la vida..."
- Isabel se curó y Francia esperó a que le llegara el menstruo. A los dieciséis no era una mujer. Su mes, pensaron los parisinos, hará historia. Catalina quería consolidar el poder de Francia en el lecho de su hija. Le escribió: "Francia espera que, por fin, perdáis vuestra inocencia".
- ¡No quiero oír hablar de intuición! - les reprendió Felipe -. ¡Trabajad regularmente! Las musas no existen: ¡sólo el trabajo y la puntualidad!
- El hambre hace tan peligrosos a los españoles. El hambre mueve la historia del mundo.
- Cuando oigo discutir a los católicos, desearía ser luterano; cuando estoy entre luteranos, decido seguir siendo católico.
- No me gusta, pero nos es útil. Sólo las personas que agradan son peligrosas.
- Bañarse no es cristiano -indicó el mayor de los tres médicos, un anciano de ochenta años que amaba a las niñas pequeñas-. Sólo se bañan los moros. Son paganos. También a ellos se los prohibió el rey. Bañarse es malo para la salud. ¡Sólo se bañan los enfermos!
- Hoy sois un pueblo ciego, pero mañana seréis víctimas y tendréis una vista aguda.
- ¿Queréis que admita con un segundo juramento que rompí el primero? Un juramento incondicional en una ofensa.
- Hay que esperar, aunque no haya esperanza. Insistir, aún sin suerte. El hombre no ha nacido para servir a otros hombres.
- ¿Os he llamado de Ypern para que me aconsejarais?
- Su imperio está herido, su España está en la bancarrota, su religión ha quedado anticuada, sus súbditos son rebeldes, y su espíritu se acerca a la locura. ¡Felipe comete errores!
- Dice: "Un príncipe que dice abiertamente lo que quiere hacerlo hace con la intención de conseguir lo contrario". ¡Que sabio es Felipe! Cuando se le oye hablar, podría creerse que tiene razón.
- El cabello de Felipe está aterrorizado! Ya no quiere guardar sus terribles secretos. Por ello, ¡cae como los príncipes y como las provincias!
- Persistir hasta el final, nunca cambiar de planes; para el rey, éstos eran los rasgos de la grandeza.
- Tenéis que ser muy infeliz para surgir con el primer desgraciado que os encontráis al borde del camino.
- No podría desear más; menos no me habría bastado.
- ¡Señor! ¿Se ríe el muerto de nosotros? ¿Es posible que todos los muertos se sonrían ante la extraña equivocación de los que se creen vivir?
- El rey espiaba a su mujer, de día y de noche, cuando rezaba y cuando estaba entre sus brazos. El piadoso rey Felipe desconfiaba de las personas. Demasiado creyente de Dios, no había conservado fe en los mortales.
- De las personas apreciaba la condescendencia, lo manipulable, que fueran tan maniobrables, tan cambiantes, tan transparentes y vulnerables, tan sustituibles e inagotables. Nada es tan barato como una persona, Es la única enseñanza que aprenden los tiranos en su oficio.
- Se dominó, por esta vez. Se preguntó: ¿Es posible que sea simplemente tonta?
- Y, sobretodo, porque ha entendido el digno lema de nuestro rey: que el individuo o incluso los pueblos enteros no valen para nada si no están civilizados. ¿Qué significa una vida sin Dios? Un pez también vive. Un perro tiene la sangre caliente, igual que yo. Un toro puede sufrir igual que uno de nosotros, puede amar mejor que un hombre, puede morir con tanta bravura como un héroe, puede encandilar a media ciudad; pero no deja de ser un toro. Una vez lo ha traspasado la espada, lo sacan de la arena. Somos un trozo de barro sin aliento de Dios. Se puede educar al infiel que no conoce lo bueno. Pero el renegado que ha probado el pan y que prefiere la mierda, ¿en qué se diferencia del toro, o de un perro, de un pez? ¿Hay que tener compasión con quienes abandonan la morada de Dios y desean vivir según las leyes de los animales salvajes? Nuestro rey ha venido para salvar a la humanidad. Al defender a la Iglesia verdadera establece las diferencias entre la humanidad y los animales. ¿O pretendéis afirmar que aquellos también hablan a Dios, aunque a su manera?
- El disimulo forma parte del comportamiento civilizado... Tenemos que hacer como si les creyéramos y fingir aún más que ellos, hasta que se nos ofrezca una oportunidad grande e inequívoca de atacar. La guerra se debe iniciar por un buen motivo.
- ¡Qué ideas! Dejad la bondad en manos de Dios. La bondad corrompe a las personas. A los hijos hay que educarlos con dureza. La clemencia es divina.
- El rey calculó en miles las personas que Espinosa ordenó quemar y en millones las que hizo extorsionar en nombre de Dios, y se dio por satisfecho con los resultados y perdonó al fallecido. A los muertos, el rey les perdonaba muchas cosas.
- ¡Señor! Los reyes utilizan a las personas como si fueran naranjas. Las exprimen y luego tiran la piel.
- ¡Chaquetas largas, ciencia corta!
- Su tío Mendoza había muerto. Muerto y enterrado en el destierro, como corresponde a un poeta bajo el dominio de los tiranos.
- El rey tiene poderes divinos. Puede romper las leyes, hacer la guerra al Santo Padre, recompensar a los asesinos para reafirmar su autoridad, es decir, la de Dios. El rey puede decidir sobre la vida de sus súbditos; de la misma manera que puede quitar la vida con un juicio reglamentario, puede hacerlo también sin juicio, si ntener en cuenta las leyes; pues mediante nuevas leyes puede liberarse de las leyes anteriores.
- En Regensburgo, Bárbara Blomberg subió una toalla a la habitación del emperador y bajó con un hijo suyo.
- Por segunda vez Antonio Pérez salvó la vida de Escobedo, pero no se lo dijo al amigo. Ante los amigos no hay que vanagloriarse.
- Franesio sintió escalofríos. Era todavía muy joven y no entendía por qué muchos moribundos creían que les quedaban cosas decisivas por decir. ¿No habían hablado bastante a lo largo de toda una vida? ¿Es más válida la última palabra?
- Luego, Felipe lo enterró al lado de su padre, el emperador Carlos V. En El Escorial los ataúdes se iban amontonando. Porque Felipe coleccionaba sus muertos más queridos.
- Las traiciones de los súbditos al rey son cosa de cada día, pero jamás un rey traicionó de manera tan infame a un súbdito.
Diablo infernal que estás en Bruselas,
Maldito sea tu nombre,
Aléjese de nos tu reino;
No se haga tu voluntad,
Ni en la tierra ni en el cielo;
El pan neustro de cada día
No nos lo quites hoy,
Mujeres y niños mueren de hambre;
No perdonas nuestras deudas
Tu odio y tu envidia no perdonan a tus deudores;
Nos dejas caer en la tentación,
Pues a nadie libras del mal.
Oh, Padre nuestro que estás en los cielos,
Líbranos de este diablo infernal,
De sus acciones falsas y sangrientas,
Del azote del pueblo líbranos
De él y de sus soldados españoles
Que viven como el mismo Satán. Amén.
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