jueves, 19 de agosto de 2010

Libros Leídos XLVII: Q








Este año he leído cosas realmente maravillosas. La última: Q, un libro que tengo desde tiempos inmemoriales en mi biblioteca, abandonado a su suerte, en espera de que su estúpido dueño tuviera la madurez necesaria para leerlo sin parar, entendiendo, al menos un poco, la enmarañada época que retrata fielmente, una era de terror y sangre cristiana; de espadas, miembros cercenados, y de una fe resquebrajada por la opulencia de los cerdos papistas, una religión que jamás volvería a recobrar su otrora execrable luminosidad.

Gustav Metzger, Lucas Niemanson, Lienhard Jost, Gerrit Boekbinder, Ludwig Schaliedecker, Tiziano... los mil nombres del protagonista, fiel testigo activo de los tiempos turbulentos que sacueron la Europa cristiana, trastocados por la avaricia papal y los gritos oprimidos de una serie de naciones que anhelaban libertad religiosa.

Lutero inició una revolución de la cual, seguramente, no tenía la menor idea en cuanto a su alcance, a su magnitud regeneradora. No sólo en Europa, sino en todo el mundo, al cambiar los balances de poder. Carlos V fue el cenit del imperio español. Heredó un reino resquebrajado a los Habsburgo, mismo que se astilló ante los ingleses, los franceses, el gran turco. Esto, por la envidia de franceses, papistas, ingleses, y alemanes, que supieron utilizar con ingenio absoluto la rebeldía nacida en Wittenberg.

En medio de las intrigas de poder, quedaron aquellos ilusos que pretendían volver al cristianismo primitivo, a la comunidad primitiva, muy por encima del comunismo soñado por los que tenemos el corazón cargado a la izquierda. Pero el sueño se pulverizó. El reino de los locos fue demolido a pólvora y acero. Ganaron los pusilánimes.

Antinovela interesantísima, por supuesto que de aventuras, por supuesto que autoreferencial, no sólo del colectivo Luther Blissett, sino de su época, de la era actual, de todos los tiempos: la ruta del dinero. Los ilusos, los idealistas, somos unos pobres dementes que no entendemos las repercusiones del poder. Que no tenemos idea de las fuerzas ocultas que mueven los hilos. Que creemos que con pensar un mundo mejor es suficiente.

A continuación, las frases que mpas me impactaron... y hasta abajo un link para descargar la novela completa, en español, junto con otros links de interés sobre Q...


  • Las cartas amarillentas y decrépitas, polvo de décadas pasadas. La moneda del reino de los locos se bambolea en mi pecho para recordarme el eterno movimiento pendular de la humana fortuna. El libro, tal vez el único ejemplar impreso, no ha sido abierto aún. Los nombres son nombres de muertos. Los míos, y los de aquellos que recorrieron los tortuosos senderos. Os prometí no olvidar. Os he salvado del olvido. Quiero tenerlo todo bien controlado, desde un principio, los detalles, el azar, el fluir de los acontecimientos. Antes de que la distancia empañe la mirada que se vuelve hacia atrás, atenuando el estruendo de las voces, de las armas, de los ejércitos, la risa, los gritos. Y sin embargo solo la distancia permite remontarse a un probable comienzo.
  • 31 de octubre de 1517. El fraile clava en la puerta sur de la iglesia de Wittenberg noventa y cinco tesis contra el tráfico de indulgencias escritas de su puño y letra. Se llama Martín Lutero. Con este gesto da comienzo la Reforma.
  • Ojos grises inexpresivos de quien ha visto muchas batallas, habituados al hedor de los cadáveres.
  • Me infunde moral: están hechos de carne y hueso, no solo de afilado acero.
  • Omnia sunt communia.
  • ¿Existirá algún trozo de mundo que haya escapado al cataclismo?
  • No tenemos ya nada, soldado. Nada más que las heridas de los lisiados y las lágrimas de nuestros niños. ¿Qué más puede pasarnos?
  • Las noticias que llegan entretanto del exterior hablan de matanzas por doquier: la represalia de los príncipes se ha revelado a la altura del desafío que lanzamos.
  • Esa fue su gran victoria. Que nadie piense en derribar a los poderosos por mucho tiempo, pues entre otras cosas, si gobernasen los campesinos y tuvieran que trabajar la tierra los señores, no tardarían en morirse todos de hambre, ya que cada uno tiene las manos que se merece... Y sin embargo, para un señor, tener que limpiarle los pies a un siervo y volver a meterla donde la ha tenido un pobre patán, esa sí que es la más jodida de las derrotas.
  • Los jóvenes intelectos ansían nuevas cuestiones en las que poner a prueba sus colmillos de leche.
  • Muestra en todo momento la actitud de un padre explicándole a un hijo cómo están las cosas. Como si su mente comprendiera la tuya, integrándola en sí, habiendo ya comprendido todo cuanto tú comprenderás de aquí al final de tus días.
  • Aquel que viene de lo alto está por encima de todos; que quien viene de la tierra, a la tierra pertenece y a la tierra habla.
  • No serán las plumas las que escriban las reformas que esperamos.
  • Por lo que he podido ver es una loca furiosa digna de su esposo.
  • Puede quedarse para él el consuelo de la Palabra, pues yo estuve entre aquellos que creían en su fuerza.
  • No sé cual ha sido tu final: si fuiste pasto de los mercenarios o de los cuervos. El corazón, seco, me empuja casi a esperar que no hayas sobrevivido a esta nada, a la fría soledad que marca la Navidad de este año de muerte.
  • Donde hay un céntimo que ganar, abundan los curas.
  • Además, está precisamente la imprenta; esa técnica asombrosa que, igual que un incendio, en un verano seco y ventoso, se desarrolla día a día, nos da abundancia de ideas para mandar lejos y con más prontitud los mensajes y las instigaciones que llegan que llegan a los hermanos, aparecidos como setas por todas partes del país.
  • Provocador, agitador de oficio, conviene tenerlo como amigo para evitar que su espíritu libre se vuelva en contra de uno.
  • ¡Teme ser derrocado del trono en el que posa su querido culo! ¡Y los campesinos deben mantener la cabeza gacha sobre el arado mientras él hace de nuevo Papa!
  • Te has vuelto mayorcito muchacho: tendrías que aprender a defender tú solo con más fuerza tus ideas.
  • Deberéis ser prudentes, pues los esbirros de los príncipes andan merodeando por el condado, no os detengáis nunca dos noches seguidas en el mismo sitio, no confiéis en nadie cuyo corazón no sea para vosotros como un libro abierto.
  • Por primera vez tuve la extraña sensación de escuchar a una persona hablar mi propio lenguaje sin comprender ni pizca de lo que estaba diciendo.
  • Conozco una canción al revés, que pronto al derecho tendré que cantar, he explicado el Evangelio al párroco, que se obstinaba en hablar en latín, le he dicho que debe pagar el trigo, que el sobrante es de quien no lo tiene. He subido yo solo a palacio, con mi amigo hemos ido a casa del señor, cinco le hemos dicho que la tierra nos pertenece, diez se lo hemos explicado, veinte lo hemos puesto en fuga, cincuenta nos hemos apoderado del castillo, cien le hemos prendido fuego, mil hemos pasado el río, ¡diez mil hemos ido a la batalla final!
  • ¿Lo ves? Todo va haciéndose realidad: Cristo pone al hijo contra el padre, y nos invita a volvernos como niños.
  • ... el Señor ha escogido a los suyos, los elegidos; quien no sienta su corazón henchido de coraje, de fe, que no ponga trabas a los designios de Dios: que se vaya, ahora, hacia su destino de perro. ¡Lejos! Que vuelva a su taller, que vuelva a su cama. Que se largue, que desaparezca para siempre.
  • El horizonte corre hacia nosotros borrando la llanura.
  • En cualquier parte donde haya un campesino o un artesano descontento, hambriento o maltratado, hay un hereje en potencia.
  • Inglaterra. Gran tipo ese Enrique VIII. Disuelve las órdenes monásticas y confisca todos los bienes de los conventos. Se pasa de la mañana a la noche comiendo y jodiendo y, mientras tanto, se proclama cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
  • Has hecho la guerra. Y la has perdido. Tienes todo el aspecto de alguien que ha atravesado el infierno y ha salido vivo de él.
  • En esta vida no he aprendido sino una cosa: que el infierno y el paraíso no existen. Los llevamos dentro de nosotros adondequiera que vayamos.
  • No es la primavera, ya no, abril me obliga solamente a rascarme las cicatrices: el mapa de las batallas perdidas.
  • También yo era joven entonces, pero bastante espabilado como para comprender que Lutero había traicionado la causa que nos había vendido. Comprendimos que íbamos a tener que proseguir s partir del punto en que ese monje había rendido las armas. La historia habría podido terminar así, en esa llanura cubierta de cadáveres. Y en cambio sobreviví.
  • ¿Acaso conoces algo por lo que valga la pena perderlo todo?
  • Los amigos están muertos y para los que quedan he descubierto que estoy sordo. Dios no tiene nada que ver en esto; nos abandonó un día de primavera, desapareciendo del mundo con todas sus promesas y dejándonos en prenda la vida. La libertad de gastarla entre aquellos blancos muslos.
  • Mientras me deslizo a su lado percibo el acre olor a mujer, esa mezcla embriagadora a lavanda y humores, esa encrucijada entre la tierra y el cielo el infierno y el paraíso, que en un segundo nos pierde y nos hace renacer. Lleno mi olfato y observo de cerca.
  • Los hombres se sienten impresionados ante la sangre, por eso hacen la guerra, pues tratan de conjurar el terror. Las mujeres no, tienen que ver correr la suya propia a cada cambio de luna.
  • Su grito de guerra se convirtió en "En Estraburgo la herejía es vivir".
  • Úrsula no podía ni oír mencionarla. La odiaba. De ese modo especial en que solo una mujer puede odiar a otra.
  • Frankenhausen me había enseñado a no esperar ningún ejército de ángeles: ningún Dios se rebajaría a ayudar a los miserables. Tenían que ayudarse ellos solos. Y los profetas del Reino eran de nuevo quienes podían levantarlos y darles una esperanza por la que combatir, la idea de que las cosas no serían así siempre.
  • Sentí un estremecimiento extraño al empuñar de nuevo un arma y comprendí que había llegado el momento de intentar algo grandioso, que era preciso poner punto final al proselitismo pacífico, porque siempre el acero y nada más que el acero sería lo que encontraríamos en el bando contrario, el de las alabardas del cuerpo de alabarderos y del hacha del verdugo.
  • Aquella mujer siempre me produjo espanto, aún antes de ser reina, profetisa, gran ramera del rey de los anabaptistas. Tenía algo de aterrador en su mirada: la inocencia.
  • Niego con la más absoluta firmeza el pecado de Adán y en consecuencia no acepto ninguna de las maldiciones que de él pueden derivarse.
  • La epopeya anaptista y las leyendas de los enemigos han hecho de nosotros unos monstruos de astucia y perversión. Bien, en realidad los caballeros del Apocalipsis eran los siguientes: un panadero profeta, un poeta alcahuete y un marginado sin nombre, eterno fugitivo. El cuarto fue un verdadero poseso, Pieter de Houtzager, uno que había tratado de hacerse fraile pero que había sido rechazado por la violencia de sus palabras: abordaba a la gente por la calle, las visiones que evocaba estaban llenas de sangre y exterminio, única justicia del Señor.
  • Ayer mismo le pregunté a un párvulo de cinco años quién era Jesús. ¿Sabéis qué me respondió? Una estatua. Eso fue lo que dijo: una estatua. ¡Para su mente infantil! Cristo no es más que el ídolo ante el cual sus padres lo obligan a decir las oraciones antes de irse a la cama! ¡Para los papistas esta es la fe! ¡Primero aprender a venerar y obedecer, luego a comprender y creer! ¡Qué clase de fe puede ser esta, y qué inútil suplicio para los niños! Pero ellos quieren bautizarlos, sí, hermanos, porque temen que sin el bautismo el Espíritu Santo no descienda sobre ellos. De este modo el acto de fe se convierte en algo secundario: las conciencias son lavadas con agua bendita antes de que se pueda cometer ningún pecado. Y así su bautismo sirve para encubrir sus actos nefandos más innombrables: el lucrarse con el trabajo del prójimo, el acumular posesiones, la propiedad de las tierras que vosotros cultiváis, de los telares que vosotros hacéis funcionar. Los viejos creyentes no quieren permitirle a nadie que elija la vida que desea llevar, quieren que vosotros trabajéis para ellos y estéis contentos con la fe que os inculcan los doctores. ¡La suya es una fe de condena, es la fe divulgada por el Anticristo! ¡Pero nosotros lo que queremos, hermanos, es la Redención! ¡Nosotros queremos libertad y justicia para todos! ¡Nosotros queremos leer libremente la palabra del Señor, así como también elegir libremente quién debe hablarnos desde el púlpito y quién representarnos con el Consejo! ¿Quién decidía, en efecto, sobre el destino de la ciudad antes de que lo echáramos a patadas? El obispo. ¿Y quién decide ahora? ¡Los ricos, los notables burgueses, ilustres admiradores de Lutero únicamente porque su doctrina les permite oponer resistencia al obispo! Y vosotros, hermanos y hermanas, vosotros que das la vida a esta ciudad, no podéis tomar parte en sus decisiones. Vosotros tenéis que obedecer nada más, tal como grita el mismo Lutero desde su madriguera principesca. Los viejos creyentes vienen a decirnos que los buenos cristianos no pueden ocuparse del mundo, que deben cultivar su fe en privado, seguir sufriendo en silencio los atropellos, porque todos somos pecadores condenados a expiar.
  • He olvidado la fuerza, Magister, y tú no puedes enseñarme nada. Soy otro, quizá un hijo de puta, desilusionado y rabioso, y sin embargo por primera vez, después de tantos años, estoy en el lugar adecuado.
  • Burgueses, obreros, artesanos, madres, caras toscas, manos fuertes. Jóvenes todos ellos, porque la miseria no da tiempo a envejecer.
  • ¡Santo Dios, amigos, si la fe de los habitantes de Münster prospera tanto como las tetas de sus mujeres, entonces nunca he estado en ningún lugar tan próximo al paraíso!
  • ¡Estaba más cerca yo de Dios en medio de mis rameras que todos esos letrados que tenían la podredumbre delante de sus narices y que venían luego a dejarse mimar la picha por ellas!
  • No tenemos nada que perder. Esa es nuestra fuerza.
  • Méate encima de tu enemigo antes de golpearlo, pues podría despertarse, aplacar su ira, disipar esa niebla que envuelve el ansia de sangre. Podría considerar absurda la suerte que está a punto de inflingir, o tocarle. Y retirarse.
  • Es más fácil expulsar al tirano que estar a la altura de sus esperanzas. Tal vez lo difícil viene ahora.
  • ¿Son gélidas las llamas del infierno? ¿Hay que esperar semidesnudos, hambrientos uno detrás de otro, mudos, la hora en que Cerbero nos arroje por la puerta al hielo eterno de la impiedad?
  • Los corazones impávidos aman el corazón de la noche. Es el momento en que más difícil resulta mentir, todos somos más débiles, vulnerables. Y el rojo de la sangre desaparece junto con todos los colores.
  • Hay cargas que no es fácil llevar. Elecciones difíciles, que la tosca mente de los hombres no puede comprender fácilmente. Nos esforzamos, luchamos cada día, para comprender. Y le pedimos a Dios que nos mande una señal, un signo de conformidad con nuestras mezquinas acciones. Esto es lo que pedimos. Queremos ser tomados de la mano y guiados en esta noche oscura, hasta la luz del día que está por venir. Queremos saber que no estamos solos, que no nos equivocamos cuando levantamos el cuchillo contra Isaac. Y así esperamos ver al ángel que debería venir a detener nuestra hoja y a tranquilizarnos sobre el bien de Dios. Queremos verdaderamente que nos sea confirmada la inutilidad de nuestros gestos, que no sea más que una ridícula pantomima, sin otra finalidad que la de sentir nuestra absoluta entrega a la voluntad del Señor. Pero no es así. Dios no nos pone a prueba para solazarse con estas miserables criatruras forjadas de arcilla, para poner a prueba la devoción, no. Dios nos hace sus testigos, quiere que nos sacrifiquemos nosotros mismos, nuestro orgullo mortal que nos hace amar el ser amados, incensados, enaltecidos como profetas, santos. Capitanes. El Señor no sabe qué hacer con nuestra buena fe. Con nuestra bondad. Y nos transforma en homicidas, en unos hijos de puta carentes de escrúpulos, así como convierte a los homicidas y a los rufianes a su causa.
  • No lo sé. No sé si es lo más adecuado que se debe hacer, nunca lo he sabido, siempre he elegido un camino distinto. Lo único que sientes es que no puedes continuar así, que las murallas, las paredes, comienzan a quedarse pequeñas y tu mente necesita aire fresco, tu cuerpo sentir que las leguas discurren bajo sus pies.
  • No te niegues a ti mismo aquello por lo que has luchado, Peter. La derrota no vuelve injusta una causa. No lo olvides jamás. Ahora vete.
  • Y vi delante de mí un flaco y derrengado caballo. Quien lo cabalgaba se llamaba Muerte y detrás venía el Infierno.
  • Me quedo en silencio, escuchando el borbotear remoto de los recuerdos, saboreando esa solidaridad amarga de quienes regresan de la guerra.
  • En todo aquel que exorciza en los demás el desprecio que siente por sí mismo, por las propias derrotas, en todo aquel que culpabiliza y juzga para no ser juzgado ni culpable, hay una cura que, por más que quiera disimularlo, grazna todavía entre los cuervos de la vieja fe. A todo aquel que muestra suficiente inteligencia como para comprender el mundo y demasiada poca para aprender a vivir no le cabe esperar otra cosa que el martirio.
  • Los mismos que quisieron reformar la fe y la Iglesia, han reformado también el viejo poder, le han proporcionado una nueva máscara. Las esperanzas de vuestros anabatistas eran legítimas: desmentir a Lutero y proseguir a partir de allí donde él se había detenido. Pero vuestra visión de la lucha os hacía ver el mundo en blanco y negro, cristianos y anticristianos. Una de este tipo sirve para ganar una batalla justa, pero no para hacer realidad la libertad del espíritu. Muy al contrario, puede construir nuevas prisiones para el alma, nuevas obligaciones morales, nuevos tribunales.
  • Mi señor sabe perfectamente que peligrosa arma puede ser la imprenta: sin ella Lutero seria todavía el profesor de la desconocida universidad de una pequeña y fangosa ciudad sajona.
  • Pero me ha faltado valor: la historia de que todo aquel que se roza conmigo muere. Amigos, hermanos, compañeros de aventura. Detrás de mí hay una estela de sangre que comienza lejos, en un día de mayo, y que llega hasta aquí.
  • Único superviviente de una raza sin fortuna, un pueblo que la historia ha querido exterminar.
  • Soy el último superviviente de una época y me arrastro al lado de todos sus muertos, pesada carga a la que no quiero condenar a nadie más. Mucho menos a la familia que habría podido tener.
  • El destino ha querid o que yo sobreviviera, siempre, para continuar viviendo en la derrota, consumiéndola un poquito cada vez.
  • El médico español Miguel Servet ha descrito a los italianos como distintos entre sí en todo: gobierno, lengua, costumbres y rasgos somáticos. Únicamente nos uniría, según él, la antipatía de unos por otros, la falta de valor en la guerra y el desprecio por los ultramontanos. Por lo que a la fe, puede decirse casi otro tanto: de un lado, hay quien invoca la conciliación con los luteranos; de otro, quien da una prioridad absoluta a la guerra contra la herejía y desempolva el Santo Oficio de la Inquisición. Está muy extendido entre el pueblo el odio por los curas y por tanto la simpatía por lo que todos llamamos "fe germánica", pero podría decirse también todo lo contrario, ¿entendido? Igual que se podría decir también que muchos campesinos ignoran qué es la Trinidad, comulgan y confiesan en Pascua para tener contento al párroco y el resto del año viven sus supersticiones.
  • Desde que el mundo es mundo los enemigos exteriores se ponen de acuerdo para acabar con los interiores.
  • Todo patrañas, señor mío, el poder, el poder, por esto se matan unos a otros. Por el amor de Dios, no digo que el viejo Lutero no crea, no digo que el adusto Calvino no esté convencido, pero ellos no son sino peones. Si no les resultasen cómodos a los poderosos, esos cuervos no serían nadie, os lo digo yo, ¡na-die!
  • Una idea es válida en tanto que se difunde en el lugar y en el momento adecuados, amigo mío. Si Calvino hubiera impreso su Institutio hace tres años, el rey de Francia lo habría mandado a la hoguera en menos que cuesta decirlo.
  • Los libros cambian el mundo solo si el mundo consigue digerirlos.
  • ¿Putas, negocios, libros prohibidos e intrigas papales? ¿Esto es lo que prometéis?
  • ¿He luchado toda mi vida contra Lutero y los curas para ponerme ahora al servicio de los cardenales enamorados de Lutero?
  • No hay nada que perder cuando se ha perdido todo.
  • Hay putas por doquier. ¿Practican algún otro oficio las mujeres de esta ciudad?
  • Dejemos el orgullo para los ineptos, entonces, y por una vez, hagamos una excepción a la regla.
  • Que absurdo milagro son los espejos, y esta ciudad está llena de ellos, no hay tienda o mercería donde uno no se encuentre expuesto a alguno de los finos trabajos de los maestros vidrieros locales. Un mundo invertido, simétrico, donde la diestra se vuelve siniestra: no creía que tuviera la nariz tan torcida.
  • Menuda cara dura, ¿no os parece? Primero nos obligan a cambiar de fe y luego nos lo echan en cara.
  • Exactamente lo contrario: hay que moverse muy rápido. Más rápido que ellos. Confundirse entre la multitud, apuntar a un objetivo, lisonjear a los enemigos, y tener siempre un equipaje ligero.
  • Ay, las mujeres se sienten a menudo atraídas por lo que no pueden tener. El placer es materia opinable y elige caminos diversos.
  • Lutero ha muerto. Reginald Pole se va derrotado de Trento. El Emperador vomita bilis. El círculo viterbés y todos los criptoluteranos están muertos de miedo. El Beneficio ha sido condenado.
  • Paulo III Farnesio es un hombre a la antigua, de tejemanejes, de nepotismo e hijos ilegítimos que hay que colocar en puestos de poder. Último Papa de una era moribunda, apegado a su sitial y a sus ridículas intrigas, desconocedor de que este tiempo ha tocado a su fin, que avanzan nuevos soldados, tanto aquí como en las tierras del norte: los santos predestinados de Calvino, comerciantes consagrados a la causa de la fe reformada y de su Dios terrible; los hombres de la Inquisición, guardianes de la ortodoxia, inexorablemente consagrados a su pequeña y mezquina tarea de policías respetuosos del deber, escrupulosos recogedores de informaciones, rumores, delaciones.
  • No hecho de menos a los adversarios dejados en el campo de batalla, sino a aquel que se enfrentó a ellos, el mismo de entonces.
  • Y nos toca en suerte encima un Tomás Moro, un Erasmo, un Reginald Pole. Locos idiotas, dispuestos a morir por su incapacidad de comprender el poder: tanto de servirlo como de combatirlo.
  • Los años no refuerzan el espíritu, sino que lo debilitan, y terminas por mirar a los ojos de los adversarios, por mirar en su interior, para ver el vacío, la miseria del intelecto y descubrirte dispuesto a perdonar la estupidez.
  • literatos acomodados enamorados de Calvino y de sí mismos. Tontos. Tontos útiles. Ignoran lo que es un enfrentamiento de verdad, les gusta llenarse la boca con determinadas ideas bonitas. Están destinados a ser los primeros en ser aplastados por la guerra espiritual.
  • ¿Qué extrañas conjeturas provocan los nombres, no os parece? Los hombres parecen sentir un terrible apego a ellos, pero basta con haber pasado por más de un bautismo, y de una tierra, para descubrir que es útil, agradable incluso, tener muchos.
  • Hay que haber recorrido el mundo a lo largo y a lo ancho para poder pintarlo con semejante claridad.
  • Wittenberg. Ha transcurrido toda una vida. La mía. Lutero está muerto, los protestantes han fundado su iglesia reformada, se acabaron los juegos.
  • Los últimos testigos de una época que corre hacia su declive. Dos viejas sombras fatigadas.
  • Bautízame, hermano Tiziano, porque la ablución que me dieron de niño no cuenta ya para mí. Bautízame, aunque sea con el agua sucia de ese charco: mi fe bastará para purificarla.
  • Cuando los hombres hablan así es para irse para siempre, o porque tienen alguna venganza que cumplir.
  • El mismo imperdonable error de siempre: mi pasado que irrumpe en el presente y causa estragos, lacerando las carnes de amigos, compañeros, amantes.
  • Si vencen nos despojaran de todo, ocuparán todo el espacio ellos. Seremos encerrados, los más afortunados morirán.
  • Estoy loco y todavía me entran ganas de reír.
  • ¿Qué hace un hombre cuando sabe que está muerto? Hay que pagar un precio por el pasado. A partir de los recuerdos que la mente había borrado. Extramuros.
  • Las escenas de miseria son siempre iguales. Niños enflaquecidos, harapientos. Tripas hinchadas de nada, pies descalzos. Manitas sucias pidiendo limosna. Los recién nacidos atados con mantones a la espalda, para no interrumpir el trabajo, las mujeres llenan los sacos de trigo, plantadas hasta la rodilla dentro del gran depósito que contiene la cosecha de una nación. Unos pocos ancianos, huesudos, mutilados, bizcos.
  • El pasado pende sobre sus cabezas. Y si osan alzarlas, allí están las jaulas para recordárselo.
  • Basta una honda y proponérselo un poco para ganarse el aprecio duradero de estas gentes. Basta con tener un poco de fuego en la sangre.
  • Carafa sabe perfectamente que dos solo pueden mantener un secreto cuando uno de ellos está muerto.
  • Su posición, por un lado, les hace parecer intocables, y por otro, nos indica cuál es su punto flaco.
  • Via della Gattamarcia. Los nombres de las personas nada dicen, los de los lugares no aparecen nunca por casualidad.
  • El miedo puede ser un aliado, pues te hace ser más cauto y astuto. Si te cagas encima, el enemigo te encontrará simplemente siguiendo el olor a mierda.
  • El campo de batalla no es otro que aquel en el que encontraron a quien había de desgarrar sus carnes; la fe, la que los traicionó en el último día; el fuego, la hoguera donde aún arden.
  • Debería estar tenso, agitado. En cambio, advierto únicamente un gran cansancio en los huesos, los reumas, así como también un cierto titubeo. Tal vez en el fondo quisiera no saber. Quisiera mantener la sospecha que me ha acompañado todos estos años. Volver la página e iniciar una historia más modesta, hecha de blandas camas y afectos no menos acogedores. Arrastrarse lejos del campo de batalla y descansar, finalmente. Pero los muertos volverían a interrogarme. Todos esos rostros insisten en la memoria y hablan de que es al último hombre que ha quedado en pie a quien corresponde ajustar cuentas. Tal vez les debo más a ellos que a mí mismo, a aquellos que se quedaron en el campo de batallas, a los profetas traicionados por sus propias profecías, a los campesinos que empuñaron las azadas como si de espadas se tratara, a los tejedores que se convirtieron en soldados para destronar a obispos y príncipes, a los compañeros de toda la vida.
  • Sin los judíos, Venecia hará aguas, el Sultán se aprovechará de ellos, y los negocios se acabarán, esta ciudad volverá a ser un simple escupitajo en los mapas, aplastado entre los imperios.
  • El anabaptismo era una idea tan absurda que habría podido funcionar.
  • Seguirán imprimiendo libros, amigo mío, no temas, el ingenio de los hombres encontrará la manera de reaccionar contra los Índices e incluso un día hasta de borrarlos del mapa.
  • Así se cierra una época. Carlos V, extenuado, señor de un Imperio próximo al colapso, se dispone a abdicar, dejando en herencia al joven Felipe las deudas y las guerras futuras.
  • No hay ninguna enseñanza que extraer. No hay ningún plan que seguir. Estoy todavía vivo, eso es todo.
  • Haz esperar a los poderosos y les demostrarás que no los temes.

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