domingo, 2 de enero de 2011

Qué miedo me da 2011



Qué miedo me da 2011

Ojo por ojo

Álvaro Cueva

  • 2011-01-02•Acentos

Tengo la impresión de que todos terminamos odiando 2010, y cómo no si fue uno de los peores años de nuestra historia.

¿Por qué si el peso no se devaluó como en otras ocasiones y si nos la pasamos re-bien con los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución?

Porque nos faltó lo más importante de todo: la paz.

Varias generaciones de mexicanos que habían vivido en completa armonía desde su nacimiento conocieron la guerra en el año que acaba de terminar, y no una guerra civil o una guerra contra otro país, fue una guerra rarísima, indefinible.

Jamás supimos quién estaba peleando contra quién, por qué o para qué, sólo supimos que estábamos en peligro, que si salíamos a la calle de noche nos podían asaltar, secuestrar o asesinar, y que había balazos por todos lados.

En algunas partes la gente se tuvo que ir de sus ciudades. En otras, imposible salir a las carreteras. Si no te mataban los criminales, te mataban los soldados en los retenes.

Esto es más grave de lo que parece porque la mayoría de las noticias “oficiales” del año pasado no tuvieron que ver con esto, sino con asuntos estrafalarios como el caso Cabañas, el de la niña Paulette o el del secuestro de Diego Fernández de Cevallos.

¿Qué fue lo que aprendimos en 2010? ¿Aprendimos algo?

Yo creo que sí, aprendimos que existe algo más importante que el dinero: la vida.

No sé usted pero yo, desde que tengo memoria, me había quejado de la crisis. Si no era la falta de dinero eran las deudas, la devaluación, el desempleo o la ausencia de oportunidades para el desarrollo.

Hoy me quejo de la violencia, del no poder abrir la puerta de la casa sin sentir miedo, de no poder detenerme en una esquina sin el pánico a que me asalten, de no saber si voy a regresar cada vez que salgo de viaje.

Me quejo de la clonación de mis tarjetas de crédito, de las bandas que venden drogas afuera de las primarias, del secuestrador al que dejaron salir por tonterías burocráticas, del asesino que anda suelto.

Y veo a los ejecutados, y miro a los descabezados, y me entero de los amenazados, y de lo que le hacen a las mujeres, y de lo que pasa con los niños, y oigo balazos afuera de mi casa, y pasan las patrullas, y pasan los soldados, y me miran como si yo fuera el delincuente.

Qué tontos fuimos al quejarnos de la crisis, del dinero, las deudas y la devaluación. Hay algo más importante que todo eso que jamás supimos apreciar. Se llama vida.

¿A quién le importa la cotización del peso frente al dólar cuando tienes miedo? ¿A quién le interesan las deudas cuando el horror se ha convertido en algo de todos los días? ¿Puede haber una crisis más grande que la guerra?

Después de todo lo que caímos en diferentes momentos de nuestra historia, pensábamos que no se podía caer más bajo. En 2010 comprobamos que sí, que siempre se puede estar peor.

Nuestro reto en 2011 es impedir que esto se repita, que nuestras quejas nunca más tengan que ver con la guerra sino con cualquier otra cosa.

Lamentablemente hay un fantasma que amenaza con aniquilar todo esto, con volver a distraernos: la politización.

En 2011 tendremos elecciones en diferentes puntos del país y, por si esto no fuera suficiente, vamos a estar cada vez más cerca de las elecciones presidenciales de 2012.

Por lo mismo, cualquier cosa que se haga o no se haga va a ser interpretada como un acto de campaña, como una acción a favor o en contra de determinado partido político.

¿Lo vamos a permitir? ¿Nos vamos a poner a jugar a que si se incrementa o se termina la guerra todo va a ser parte de un plan macabro para que el PAN se vaya o se quede en Los Pinos?

¿Nos vamos a poner a jugar a juntarnos todos contra el PRI? ¿Le vamos a seguir la corriente a los intereses de unos cuantos?

Cuidado con la politización en 2011, porque lo único que va a generar es divisiones y porque lo menos que necesitamos los seres humanos en tiempos de guerra es dividirnos.

Hoy, más que nunca, tenemos que estar unidos para defendernos. ¿O qué, nos quedó algo bueno de las divisiones, justas o injustas, que surgieron a raíz de los conflictos de 2006?

Tengo la impresión de que todos terminamos odiando 2010. Por favor, cuando termine 2011 que la sensación sea diferente, que las quejas sean otras. Tengo miedo. ¿Usted no?

¡Atrévase a opinar!

alvarocueva@milenio.com

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