sábado, 23 de octubre de 2010

Fallece el poeta y editor Alí Chumacero; lector empedernido y crítico perspicaz


  • Pierde la vida víctima de neumonía a los 92 años, en un hospital de la ciudad de México
Fallece el poeta y editor Alí Chumacero; lector empedernido y crítico perspicaz
  • Las bibliotecas no fueron su única pasión: la vagancia es una conquista superior del ser, decía


Arturo García Hernández
Periódico La Jornada
Sábado 23 de octubre de 2010, p. 13
Hombre de letras, hombre de libros. Así se puede resumir lo que fue Alí Chumacero, quien falleció anoche a los 92 años, en un hospital de la ciudad de México, víctima de neumonía.

Lector empedernido, editor en la más amplia acepción de la palabra, poeta fecundo, crítico literario perspicaz y generoso, su salud se había deteriorado en los últimos seis meses.

Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, confirmó que el velorio se lleva a cabo en Gayoso Sullivan y hoy sábado se trasladará al Palacio de Bellas Artes para un homenaje de cuerpo presente.

Los libros fueron su vida, pero para él la existencia no se terminaba entre los muros de su biblioteca: leer y escribir eran una forma de enriquecerla. Dijo en una entrevista que vivir humanamente es de verdad conocer el mundo, la vagancia ávida de conocimiento y novedad, y si a esa experiencia constante se une la preparación intelectual, pues al final uno tiene esa forma distinta de ver la vida, muy diferente al común de los hombres.

En su tránsito por el mundo, Chumacero fue congruente con sus ideas, por eso se sentía satisfecho con su vida: Quiero que a la hora de la hora, cuando me vaya a otra parte, me recuerden como un hombre venido de un pueblecito pequeño que se llama Acaponeta, de un estado que se llama Nayarit; me iré satisfecho porque le di al mundo lo que le quise dar y tomé del mundo lo que quise tomar.

Todavía el país sangraba por las disputas entre las distintas facciones revolucionarias, cuando Alí Chumacero nació –el 9 de julio de 1918– en aquel pueblecito pequeño, donde 10 años después leyó su primer libro, una edición infantil de El Quijote que le obsequió su padre, quien luego le acercó aquellos volúmenes de Lecturas clásicas para niños, publicados en la década de los 20 por José Vasconcelos como parte de su reconocida cruzada contra el analfabetismo.

Sobre el particular dijo a La Jornada en ocasión de su cumpleaños 90: “Fue una idea excelente de Vasconcelos porque animó a algunos jóvenes a iniciarse en la aventura de escritor, porque esta es una profesión que no se podía elegir a priori, como sí podía hacerse, por ejemplo, con las de médico, ingeniero o abogado; el escritor es un alumno disperso que empieza por leer algún libro que cae en sus manos”.

En ese sentido, reconocía la importancia en su formación de lo que entonces se llamaba “textos de aventuras, libros sencillísimos de ladrones y bandidos, de blancos que persiguen indios y los matan; obras como Búfalo Bill o Raffles”.

En su pueblo leía diarios que recibía su padre: Los sábados se sentaba mi papá en el jardín de la casa, se ponía a leer el periódico y yo también lo leía. Estaba al tanto de muchas cosas. Por ejemplo, me leí todo sobre la muerte de Álvaro Obregón, que para mí fue un asunto muy interesante, muy apasionante.

Lector por placer desde entonces, a los 34 años se convirtió en lector profesional al ingresar como corrector de pruebas en el Fondo de Cultura Económica (FCE), labor que desempeñó durante cerca de seis décadas, periodo en el que pasaron frente a sus ojos los originales de varias obras imprenscindibles de la literatura mexicana. Con base en estos datos y tomando en cuenta los 40 mil ejemplares que integran su biblioteca personal, se puede afirmar que pocos en este país han leído tanto y con tanto gusto como lo hizo Alí Chumacero.

En agosto de 1929 se trasladó a Guadalajara, donde seguí leyendo, un poco al margen de mis estudios, algunos libracos, cuadernillos, novelas de aventuras populares. Así empecé a iniciarme en el conocimiento de lo escrito, en la imaginación de los escritores. En esa época descubrió a los escritores rusos: Leí todas o muchas de las ediciones de la Colección Universal, en la que había una gran cantidad de autores rusos, muchas de esas ediciones fueron revisadas por Alfonso Reyes.

Paralelamente empezó a acercarse a la poesía: A mi paisano Amado Nervo, un poeta muy bueno para iniciar en la literatura a los jóvenes porque hizo una obra muy sencilla, muy emotiva; más que poesía es emoción que la entiende cualquiera. Ahora se tiende apenas a recordarlo, y se lee mucho menos, pero fue el poeta más popular de su momento; era muy tierno, muy amoroso, impetuoso, apasionado. Les gustaba mucho sobre todo a los jóvenes que empezaban a amar, a pensar que vivir sólo es vivir a medias, de manera que por lo mismo una lectura, si no les da la otra mitad, por lo menos los consuela y les confirma que están en la verdad vital. La verdad literaria les dice que lo que piensan del amor es verdadero.

En Guadalajara me iba al baratillo, que así le llaman a las librerías de viejo, y con mi domingo me compraba dos o tres libritos que me leía en la semana; textos de Enrique González Martínez, Salvador Díaz Mirón, los muy renombrados poetas mexicanos.

Hacia 1935 comenzó a escribir sus primeros poemas, los cuales le parecían verdaderamente horrísonos, pésimos y que felizmente después me los robaron. Alguien entró en mi casa, seguramente algún admirador mío, y se llevó la carpeta en que estaban los textos de mi primera juventud que yo guardaba en una carpeta.

La capital tapatía fue escenario del encuentro de Chumacero con tres personajes decisivos en su trayectoria: José Luis Martínez, Jorge González Durán y Leopoldo Zea. Los tres éramos unos chamacos: con ellos viajé a la ciudad de México en 1937; yo tenía interés en conocer a los poetas del grupo los Contemporáneos, cuyos libros no había manera de conseguir en Guadalajara: en la Biblioteca Pública no tenían nada, absolutamente nada.

La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) fue el espacio natural para que los jóvenes escritores encausaran su vocación. Ahí fueron discípulos José Gaos, distinguido filósofo español que llegó a México exiliado a causa de la Guerra Civil Española. En 1940, con el apoyo de Mario de la Cueva, secretario general de la máxima casa de estudios, los tres amigos empezaron a publicar una revista literaria, Tierra Nueva. Fue concebida como un espacio para autores jóvenes, a los que acompañaba algún consagrado: Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Enrique Díez-Canedo, Enrique González Martínez.

Hacia 1942 Chumacero fue invitado a colaborar en la revista Letras de México, que dirigía Octavio G. Barreda. Poco después el propio Barreda fundó El Hijo Pródigo, que de acuerdo con el poeta nayarita reunió en sus páginas a los escritores dispersos del grupo Contemporáneos, a colaboradores de Taller (fundada por Octavio Paz) y de Tierra Nueva.

Sostenía que El Hijo Pródigo era probablemente la mejor revista literaria mexicana.

En la ciudad de México, Chumacero se volvió un visitante compulsivo de las grandes bibliotecas. Recordó en aquella entrevista con este diario: Mi padre mandaba unos pocos centavos y viví con mucha pobreza, pero disponía de grandes bibliotecas, de manera que leí lo que se me pegó la gana, toda la novela de la Revolución, me enamoré de la prosa de Martín Luis Guzmán, leía a Mauricio Magdaleno, a Agustín Yáñez, más tarde tuve la suerte de conectarme con varias revistas o hacerlas yo mismo, con gente de imprenta; aprendí el oficio, me gustó, me quedé en él y sigo en él, comentó.

Con el tiempo creó su propia biblioteca, en la que reunió más de 40 mil volúmenes.

Fue en el Distrito Federal donde retomó la poesía. Apenas llegado, en 1938, escribió uno de sus poemas más conocidos y celebrados: Poema de amorosa raíz. Por ese tiempo leyó con avidez a autores como Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Luis Cernuda, Vicente Huidobro, Vicente Aleixandre; después y con mayor interés se aproximó a los poetas de la Generación del 27 de España: García Lorca, Cernuda. En otras lenguas, se acercó a Paul Valéry, Saint-John Perse, Paul Claudel, Verlaine, Baudelaire, Rilke, y, desde luego, T. S. Eliot, de quien aprendió las posibilidades del lenguaje conversacional.

Por supuesto que conocía muy bien la literatura mexicana, desde la prehispánica que sacó a flote el padre Ángel María Garibay, hasta los escritores de hoy; soy de los pocos viejos que lee a los jóvenes, porque en cuanto un escritor empieza a envejecer se olvida de que la literatura es continua, es una línea que siempre se prolonga; se quedan en un determinado momento y pocas veces recurren a leer a las nuevas generaciones. Se olvidan de que la literatura no se acaba con ellos, sigue.

En sus últimos años, el libro que más frecuentaba era La Biblia: “Primero, porque es la base de nuestra cultura; segundo, porque es el libro que lo trae todo, no falta nada: los sentimientos, la ira, el odio, el amor. Es muy extraño que 99 por ciento de los católicos nunca lean La Biblia o que haya sacerdotes que jamás la leen; es curioso que digan que es muy aburrida. Si se le lee con cuidado se verá que no es aburrida, al contrario. Pero no soy un erudito en ella, no pretendo penetrar en sus misterios, eso es otra cosa”.

Su pasión por los libros, su amor por la literatura, nunca aislaron a Chumacero del mundo, le gustaba salir a tomar el aire, a ver el mar, a hablar con la gente: No me quedaba nada más encerrado en la biblioteca, disfruto la vida, lo hermoso del mundo, desvelarme, estar vivo: la vagancia es una conquista superior del ser.

Alí Chumacero no temía su muerte. De lo que se decía seguro es que ésta ocurriría cuando tuviera 200 años, a manos de un marido celoso.


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