martes, 27 de julio de 2010

chale...


Que complejo es darle la mano a uno de tus mejores amigos (del top ten), con quien has pasado buena parte de los más gratos momentos de la vida, estando él convaleciente, vendado, con traqueotomía, incapaz aún de hablar, con un ojo rojo y las marcas en su cabeza rapada de una reciente operación para quitarle coágulos del cerebro. Y al decir "darle la mano", no sólo me refiero al contacto físico, sino a lo que se debe sentir, a lo que se debe transmitir.

Se ven lejanas. Ausentes de nuestras vidas. Pero las desgracias están a la vuelta de la esquina. Sólo es cuestión de tiempo. Quizá al ver en una película, o en un libro, alguna situación similar se pueda llegar a pensar en la forma en que nosotros podríamos mejorar un encuentro. Dar ánimos, bríos. Tragarse las lágrimas. Estar controlado, pensar fríamente. Todo en aras del mejoramiento de esa persona. De una evolución de su estatus con mayor... humanidad. Pero el pensarlo y estar ahí, son dos cosas muy distintas. Se tienen que tomar cojones de quien sabe donde para mantener el control de las emociones que se desbordan, para sólo transmitir aquello que se requiere en ese momento.

Edgar va mejorando, eso es lo importante. Pero verlo en ese estado acongoja lo que tenga por alma un ateo radical como yo.

Al verme se sobresaltó. Ya me lo había dicho Alan: aguas, tranquilízalo. "Échale ganas cabrón, estamos aquí desde el primer día... y estaremos allá afuera esperándote. Esto no es de velocidad: tranquilo. No hay prisas. Hazle caso a Danny. Pórtate bien y nos estamos viendo...". Algo así le dije.


Qué difícil, que complejo... pero para eso estamos los verdaderos amigos. Ahora entiendo al 100% la histeria de Danny...

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