jueves, 29 de julio de 2010

Los ultra moderados (O sobre la santa inquisición moral)


Los ultra moderados (O sobre la santa inquisición moral)
July 29, 2010

Uno de los fenómenos más recurrentes durante un proceso político complejo es la crispación, el enfrentamiento y la toma de posiciones de los diversos grupos o segmentos de un movimiento. Las posturas tienden a radicalizarse y la pugna por espacios, los ataques, los cambios de bando y las críticas a los planteamientos son cosa recurrente. Es precisamente en esa efervescencia política cuando los proyectos políticos se aclaran y los contrincantes se muestran tales cuales son. En plena disputa por el poder tras la revolución francesa los girondinos compuestos mayoritariamente por la nueva burguesía se opusieron al radicalismo de los montañeses que querían continuar con el proceso revolucionario más allá de lo que los moderados liberales, representados por los girondinos, estaban dispuestos a tolerar. Una fracción de los montañeses logró apoyo popular para poder llevar medidas más avanzadas que las defendidas por los girondinos. Esa fracción fue conocida como los jacobinos y su acción tendía a romper con el modelo liberal-burgués de la democracia. Es conocido que de esta radical oposición entre principios fue lo que dio nacimiento a los clásicos términos de izquierda y derecha. Desde entonces la izquierda se entiende como un movimiento que va más allá del orden establecido y busca una democracia radical con una mayor participación activa de los ciudadanos, a diferencia de la derecha defiende el orden existente y reduce la democracia al simple formalismo del voto y la representatividad.

Durante los procesos revolucionarios de la Rusia pre-comunista la disputa entre los principios rectores de cómo encauzar el movimiento social que allí bullía llevó a la escisión entre los principales grupos del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Las dos principales fuerzas al interior del partido, los bolcheviques dirigidos por Lenin, y los Mencheviques por Martov, se enfrentaron con puntos de vistas irreconciliables. Pronto los bolcheviques abandonan al partido socialdemócrata y con Lenin a la cabeza dirigen la triunfante revolución octubre de 1917.

Estos dos ejemplos de la historia ilustran cuáles son los procesos reales de la política cuando dos proyectos políticos se enfrentan entre sí, quien quiera negar esto tiene que negar toda la historia de la política real y, en última instancia, desconoce lo que es la política en sí misma. Todas las visiones románticas e idealizadas de la política como espacio de acuerdos, de consensos y diálogo se hacen trizas cuando estamos en un periodo de redefinición radical que implica tomar una postura y definirse ante los varios proyectos políticos que surgen en ese periodo. Ahora bien, ¿cuándo sabemos que nos encontramos en una etapa de ese tipo? No es cuando los extremos se vuelven irreconciliables, pues los extremos siempre, por esencia, son irreconciliables, sino cuando su centro mismo se radicaliza. Los jacobinos no eran el extremo de los girondinos, sino que se erigieron primeramente como el extremo de los montañeses de tal suerte que éstos también se radicalizaron pero como centro. Los bolcheviques no eran el extremo de los mencheviques, pues aún más radicales que ellos estaban los anarco-nihilistas quienes cometían atentados específicos y cuya táctica Lenin criticó mucho. En ese caso el centro también se radicalizó llevando a la escisión entre sus grupos. De hecho vemos que es precisamente en el centro donde los grupos se radicalizan y en donde posteriormente surgirán los dos grupos antagónicos nuevos.

Ser radical es simplemente afirmarse, echar raíz. Políticamente hablando esto quiere decir comprometerse con un proyecto. Así que incluso cuando se asuma una postura “moderada” se está siendo radical porque se defiende también una posición. Sin embargo, el término radical se utiliza para denostar a aquel que no comparte las ideas del centro, sea de izquierda, sea de derecha, apelando a su poca disposición para conciliar, para ser “tolerantes” y llegar a acuerdos.

En un artículo anterior había yo hecho una crítica al concepto de “tolerancia” tal como es usado en la actualidad. Su concepto original del derecho a disentir ha sido pervertido por el de acallar o persuadir a no decir, con ello, decía en ese artículo, la llamada tolerancia se vuelve más una intolerancia. Allí también advertía que esa tolerancia intolerante se disfraza con palabras que apelan a conceptos generales como pueblo, democracia, bien común, etc. El asumir una postura política y ser consecuente con ella es algo que en algún momento todo individuo en sociedad tiene que hacer. Y parafraseando a Jean-Paul Sartre, aun los que no eligen eligen, porque con su no elección dejan la decisión en manos de otros, es decir, delega en otros lo que él mismo debería hacer. De ahí que los abstencionistas y los anulistas hagan también política, aun cuando ellos, guiados por un romanticismo apolítico, piensen que no es así.

En recientes fechas, tras el anuncio de Andrés Manuel López Obrador de su deseo de contender nuevamente por la presidencia en el 2012 han empezado a tomar posiciones diversas posturas al interior de la misma izquierda. Una de esas posturas que se ha definido a sí misma como “moderada” ha iniciado un linchamiento ideológico y político de aquellos que consideran que “hacen mal” al proyecto o que son “demasiado radicales” para el fin que se persigue. De entrada ya dejamos claro que radical es cualquiera que asume una postura política y la defiende. Así que los llamados “moderados” son en ese sentido también radicales porque ya han asumido una postura y la defienden frente a los que consideran sus opuestos. El problema con los “moderados” es que no reconocen que ya han asumido una postura, porque ser moderado supuestamente implica ser imparcial, tolerante y abierto. Pero una cosa es el discurso y otra los hechos, y en los hechos los moderados lejos de ser los tolerantes y abiertos que dicen ser, asumen posturas verdaderamente radicales que hacen que su centrismo termine volviéndose un ultra-moderismo.

Así es, con todo y sus negativas y su falta de reconocimiento a ello, los moderados son también ultras. En la lucha política por posiciones todos los grupos buscan erigirse como el primordial, como el que está más allá de todos en sus disputas y concepciones. El espacio en el que los ultra moderados se asientan para clasificar, evaluar y criticar a sus contrincantes no es un determinado proyecto político en sí, aun cuando afirmen apoyar un proyecto político, pero en esencia no es el proyecto el fin ideal de su postura, porque si así lo fuera necesariamente tendrían que asumir una postura y entonces caerían en el radicalismo y la ultranza que buscan evitar.

Por ello, los ultra moderados recurren al espacio vacío y abstracto de la moralidad, para desde ahí, erigirse como los jueces que se encuentran más allá del bien y del mal y por su posición “privilegiada” con el espacio moral puedan fustigar y rechazar a sus oponentes sin que la misma crítica los alcance. Hay que notar que existe un círculo vicioso en la postura de los ultra moderados que recurren a la moralidad para desde ahí rechazar a sus adversarios. Ellos son moderados porque son morales y son morales porque son moderados. ¿Y quién decide, desde ese moralismo lo que es bueno y malo? Pues los ultra moderados mismos, lo cual lleva a otro circulo vicioso: lo bueno y correcto es lo que dicen los moderados, los moderados son moderados porque hacen lo que es bueno y correcto.

Desde el tribunal de la moralidad los ultra moderados se asumen como la santa inquisición moral que protege lo que es correcto y adecuado al movimiento. Ellos mismos se han puesto ahí y ellos mismos, también, definen lo que es correcto, bueno o malo. ¿No es eso radical y ultra? Pero vayamos a los hechos que lo demuestran.

Los moderados tienen como principios rectores el diálogo, la “tolerancia”, el consenso, etc. Siempre que se presentan lo hacen como defensores de estos principios. Sin embargo, una vez instalados en la tribuna de la moralidad abstracta pueden prescindir de ello y usar las mismas tácticas que critican de los extremistas. Así, por el bien del partido, del proyecto político o del movimiento hay que “deshacerse” de tal persona, hay que “rechazar” tal grupo, hay que “prescindir” de ese otro. ¿No notan como el lenguaje es de eliminación del contrario? ¿Dónde quedó la tolerancia, el diálogo y el consenso? ¿Cuándo los principios se “suspenden” y entramos al juego sucio de la política en el cual el fin justifica los medios?

Tal es la contradicción en la que caen los ultra moderados que baste el siguiente ejemplo para mostrar como su enjuiciamiento moral sirve como pretexto encubierto para rechazar oponentes:

“No discutiré aquí qué es el ultraizquierdismo, solo diré que es lo mismo que el ultraderechismo pero con el signo opuesto: una actitud ante los rivales poco racional, con arranques violentos, fanática o dogmática, basada en ofensas y calumnias”.

En esta primera caracterización dice que no va a decir, pero sin embargo dice. Siempre el doble juego del discurso que primero se protege moralmente y luego pasa al ataque. Aquí las reacciones violentas o dogmáticas ya son clasificadas como lo malo. Lo bueno entonces es la serenidad y la moderación que da la racionalidad en la que supuestamente la izquierda es el baluarte:

“.. en la izquierda eso no debería existir, ya que se supone esta tendencia política tiene en la tolerancia y en la discusión objetiva a uno de sus pilares”.

El catecismo de la moderación y de lo que es la “buena izquierda” queda ya instaurado. ¿Y quién decide lo que es la “buena izquiera? Pues ellos, los moderados, los que tienen la calidad moral para hacerlo porque no gritan, no dan sombrerazos, no insultan. Y de una vez queda claro que ellos mismos se protegen de toda crítica, porque si alguien osa rebatir ese santo catecismo moral de la “buena izquierda” te conviertes en el hereje a combatir, en el dogmático que no alcanza a ver más allá lo que ellos, los privilegiados moderados alcanzan a ver desde el cielo azul y claro de la corrección y moralidad. Desde las alturas de lo correcto y bueno los ultra moderados son libres de enjuiciar y denostar, pues su pureza los hace indemnes a lo que ellos mismos han criticado párrafos más atrás:

“El señor Fernández Noroña, tristemente célebre por sus pataletas en las calles y aún en los recintos legislativos (nunca estaré de acuerdo con los gritos y sombrerazos como forma de protesta), en Twitter a diario se exhibe como el más primitivo de los políticos mexicanos”.

De acuerdo con esta visión que ya lleva un enjuiciamiento de superioridad: primitivo versus civilizado, la chusma versus los bien educados. Los políticos buenos y valiosos son los civilizados, no los primitivos, por eso el dip. Fernández de Noroña debe ser eliminado políticamente o en el lenguaje moderado de los ultra moderados debe de “prescindirse” de él. ¿Notan nuevamente el discurso de la superioridad moral? Esa superioridad que antes de entrar en la “tolerancia y la discusión objetiva” primeramente clasifica, enjuicia y discrimina. Al dip. Noroña se le acusa de discriminación y de burlarse de de un cierto grupo. ¿Y llamarlo primitivo no es discriminación y burla? ¡Claro que no! Dirá inmediatamente el ultra moderado, porque él conoce las santas tablas de lo que es bueno y malo y tiene la obligación de hacerlas valer con todo rigor. Esa santidad moral es lo que permite al ultra moderado el poder decir quién es primitivo y quién es civilizado. Su supuesta asepsia ideológica ni siquiera le deja ver que los términos de primitivo/civilizado para atacar a un contrincante político es un recurso totalmente de derecha. Entonces alguien que se asume como de la “buena izquierda” usa argumentos de derecha para criticar a alguien de izquierda. ¿Paradójico, no?

De acuerdo a los santos cánones de la ultra moderados Javier Lozano, Fernández de Cevallos, Salinas de Gortari, y el mismo Felipe Calderón entran en el rango de los “buenos políticos civilizados”. Digo, ¿alguien los ha visto haciendo berrinches o dando sombrerazos? Aquí lo que importan son los buenos modales, no que con sus acciones estos siniestros personajes han conducido al país a la pobreza, a la marginación, el rezago educativo y muchas otras linduras que todos conocemos. Pero los ultra moderados son capaces de tolerar todo eso de parte de alguien de derecha siempre y cuando sean “educados”, pero que alguien de izquierda que en sus acciones se ha comprometido con la defensa de los desprotegidos sea grosero y “primitivo” no lo pueden tolerar y hay que “prescindir” de él. ¿No le suena esto a las purgas stalinistas? ¿Deberás los moderados no se dan cuenta que también son ultras?

El defender una postura política y actuar conforme a ello no tiene nada de malo. Para mí como izquierdista si alguien se asume de derecha o de ultra derecha tiene mi respeto en ese aspecto, lo cual no implica que en el terreno de lo político lo vaya a “respetar” sino más bien tratar como adversario. En política la honestidad tiene que ver en dejar claros tus principios y defenderlos, a eso los ultra moderados le llaman dogmatismo. Si supieran algo de etimología sabrían que dogma en griego significa “opinión correcta”. La opinión correcta es la opinión que se defiende ya sea con hechos o con argumentos. El termino dogma se desvirtuó a su contrario y pasó a significar cerrazón, intolerancia, pero se olvida que quienes criticaron en su momento los dogmas establecidos, las “opiniones correctas” que valían en ese momento, lo hicieron para imponer su propio dogma, su propia opinión de lo que ellos consideraban lo “correcto”. Los ultra moderados entran así también en el juego del dogmatismo aunque no lo reconozcan, ellos deciden lo que es lo “correcto” y a partir de ello son el tribunal que juzga. Es de destacar que el espacio del moralismo abstracto desde el que se protegen los ultra moderados tiene mucho de religioso: ellos conocen la santa verdad de lo que deber ser, de lo bueno y lo malo y deben darla a conocer a los dogmáticos, los extremistas, los primitivos.

El problema con los ultra moderados no es su falta de compromiso, el cual ya vimos que sí tienen, sino su hipocresía para reconocer que finalmente terminan haciendo lo mismo que ellos critican. Piensan que escudarse en la moralidad los hace intocables y que hagan lo que hagan o digan siempre tendrán la razón porque se mueven en el espacio de lo correcto. Eso es lo peligroso de los ultra moderados, mientras los demás defienden proyectos políticos concretos, los ultra moderados defienden la moral y las buenas costumbres a partir de lo que ellos mismos definen como lo “bueno” y lo “correcto”. Las páginas de la historia están plagadas también de hechos monstruosos y dolorosos de gente que defendiendo lo “correcto” y lo que es lo “mejor” han cometido tropelías y excesos. Y la historia no ha dado ejemplos de cómo en los momentos más álgidos de la lucha política los “moderados” de izquierda han pasado a unirse con la derecha más reaccionaria porque consideraron que de ese lado estaba lo “correcto”. Vamos, si hasta se pueden tomar una foto sonriente con el personaje que los dañó políticamente apelando a la corrección, las buenas maneras y la civilidad.

Lo que queda claro, aunque lo nieguen, es que los ultra moderados son tan dogmáticos, radicales y extremistas como cualquier otro grupo político, sólo que de forma light e hipócrita.

@Jumarcsky

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